Alejandro
Guevara Arroyo
Entre muchos motivos, el más
respetable para dedicarse a la filosofía (en un sentido muy amplio) y al
conocimiento, es la satisfacción de un impulso un tanto primigenio: la perplejidad
ante los problemas del mundo. No obstante, algo que quizá no es tenido en
cuenta lo suficiente, es que la satisfacción de ese impulso puede brindar una
no deleznable dosis de alegría y placer.
De vuelta quizá hasta el propio
Platón (y a través de él a los órficos), muchos filósofos han despreciado lo
terreno. Propendieron consecuentemente a beneficiar los placeres que
consideraban celestes, superiores, más acordes con lo que imaginaron como
naturaleza humana. Dentro de estos últimos, tuvieron en un especial lugar a las
actividades intelectuales.
No es este el caso de lo aquí
defendido. La biología ha mostrado que fisiológicamente unas y otras
experiencias corresponden con procesos igualmente naturales. Midamos estas
diferentes actividades, meramente por su posibilidad
de producir felicidad. Vemos también que con justicia unas y otras vivencias
son valiosas.
Lo que quiero decir es bastante
sencillo. (1) Considero que la felicidad es algo deseable y, sin caer en
bucólicas ingenuidades, posible. (2) Además, la actividad intelectual por si
misma brinda placer (pues satisface el impulso por entender el mundo). Nada
más. Nada muy asombroso, dirán. Aún así, esto es olvidado con bastante
frecuencia. Por cierto, en contra de los románticos, creo que la profundidad de
pensamiento tiene poco que ver con la desgracia existencial u otros clichés
pesimistas. .
“Si usted observa a los hombres y a
las mujeres que, en torno suyo, merecen el nombre de felices, comprobará que
todos ellos presentan ciertas características comunes. La más importante de
ellas es una actividad que, la mayoría de las veces, proporciona un placer por
sí misma y que, además, va creando gradualmente algo cuyo nacimiento y
desarrollo resulta agradable de ver. […] Los artistas, escritores y hombres de
ciencia consiguen ser felices de esta forma, si están satisfechos de su obra
respectiva (Russell, El camino de la felicidad)”.
“A cultivate mind –I do not
mean that of a philosopher, but any mind to which the fountains of knowledge
have been opened, and which has been taught, in any tolerable degree, to
exercise its faculties- finds source of inexhaustible interest in all that
surrounds it; in the objects of nature, the achievements of art, the
imaginations of poetry, the incidents of history, the ways mankind past and
presents, and their prospects in the future.” (J.S. Mill, Utilitarinism)
Concluyamos. Lo dicho en esta nota
programática es tanto el motivo de la creación de este espacio como la
justificación de las temáticas tan amplias que abordará. Sus autores convergen
en el interés por los problemas intelectuales en general. Y es también la única
razón sensata que encuentro para que el lector lea estas líneas y las que le
seguirán: satisfacer los inexorables impulsos por aprender, razonar y criticar.
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