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domingo, 27 de junio de 2021

Sobre La Ilustración Radical, La Filosofía y la construcción de la modernidad, 1650-1750, de Jonathan I. Israel


Alejandro Guevara Arroyo

 1.        Algunos días atrás concluí el considerable y polémico volumen titulado La Ilustración Radical, La Filosofía y la construcción de la modernidad, 1650-1750, de Israel[1]. Me ha tomado varios meses de lectura continua, pues el libro alcanza las mil páginas. Se trata de una de las varias obras sobre el tema redactadas por Israel (muchas de cuyas tesis son disputadas, aunque se acepta bastante la erudición del abordaje y sus reconstrucciones más puntuales). Este conjunto es completado por Enlightenment Contested, Democratic Enlightenment: Philosophy, Revolution, and Human Rights 1750-1790 y The Enlightenment that Failed : Ideas, Revolution, and Democratic Defeat, 1748-1830 (extensos libros que por ahora no tengo planes de leer).

2.        Tras leer la obra me doy cuenta lo difícil que es dimensionar las importantes repercusiones que la Ilustración tuvo sobre las ideas y prácticas de occidente. Esta comprensión se complica aún más debido a las múltiples y malintencionadas trivializaciones y descontextualizaciones a las que han sido sometidos en nuestros días muchas de sus propuestas claves y de los personajes que las llevaron adelante. La obra de Israel busca disipar estos malentendidos.

3.        El tomo en cuestión se dedica a explorar y ubicar la rama más radical de la Ilustración, cuyos representantes causaron pánico en toda Europa. Estos ilustrados fueron excluidos de espacios públicos, despedidos de sus trabajos, censurados por autoridades políticas y eclesiásticas, muchas veces se les prohibió habitar en ciertos espacios y, en algunos casos, se los apresó e incluso ejecutó.

En la base de la práctica e ideas filosóficas radicales se encontraba una convicción (más o menos consistentemente defendida): la plena autonomía moral y epistémica de cada persona humana, lo que implicaba que cualquier idea, norma, institución o práctica social sólo debía considerarse aceptable si resultaba convincente a la luz de las razones evaluadas críticamente. Según Israel, esta posición fue paradigmáticamente ejemplificada en la figura más notable del radicalismo: Baruch de Spinoza (1632-1677), un filósofo que, debido a sus ideas, fue denostado en vida por autoridades de todas las religiones como una de las personas más peligrosas (sino la más peligrosa) para la humanidad.  

4.        La obra de Israel describe muchos episodios importantes de este periodo, propuestas interesantes y rodeadas de polémicas y un sinnúmero de ideas de profundo interés filosófico. Rescataré tres notas:

4.1    Como se sabe, durante la modernidad europea se ejecutaron algunas de las persecuciones religiosas jurídicamente justificadas más importantes de occidente. Especialmente famosos son los procesos y la penalización contra la brujería y otros hechos análogos, que acontecieron tanto en el mundo católico como en el protestante. Felizmente, estas normas jurídicas han dejado de existir. Lo que quizás no se recuerda suficiente es aquel punto sobre el que ha insistido el teólogo cristiano contemporáneo Hans Küng: no fue por un movimiento interno a las religiones que estos procesos jurídicos dejaron de existir. En cambio, la clave se encuentra en el descredito en que cayeron todo el trasfondo de ideas que brindaban sentido a un mundo en el cual existían fuerzas demoniacas, la brujería e influencias malévolas sobrenaturales de otros tipos. Dicha defenestración intelectual fue conducida por la Ilustración y, específicamente por los radicales. Muchos de ellos, como mencioné antes, pusieron su prestigio y seguridad en juego por criticar (en parte o en todo) dicha cosmovisión. En tal empresa intelectual fueron principales el trabajo de Van Dale, Bekker, Leenhof, Fontenelle y el propio Spinoza (quienes además solían insistir que dichas supersticiones eran útiles para oprimir al pueblo, manteniendo a las personas atemorizadas y sometidas).

4.2. Otro hecho clave fue la emergencia o apertura de una práctica social absolutamente revolucionaría: en diversos cafés, salones, espacios públicos e intercambios epistolares, aparecieron figuras femeninas que mostraban plenas capacidades para debatir sobre los temas filosóficos más abstractos concebibles. Este acontecimiento, resistido por las autoridades eclesiásticas y tradicionales, y recibido con moderado desencanto por muchos, fue, por otros, aceptado como una parte de la ilustrada República de las Letras (algunos pocos, incluso, lo celebraron y apoyaron, verbigracia Radicati). Por supuesto, se trataba de una lucha emancipatoria muy difícil, y sola unas pocas mujeres pudieron realmente disfrutar de un respeto intelectual horizontal con sus congéneres masculinos, pero la apertura de este frente mostraba que el mundo intelectual no estaba (o no debía estar) intrínsecamente cerrado a un género.

 Un caso será suficiente para ejemplificar la radicalidad de este proceso: la Electriz Sophie von der Pfalz (1630-1714) no sólo fue en vida una anfitriona de debates filosóficos entre las mayores personalidades de sus días, sino que fue reconocida por todos como una profunda conocedora de las filosofías más novedosas, como las de Descartes e incluso Spinoza (cuyas ideas, desafiante, defendió en algunas cartas). Su capacidad argumentativa era tan notable, que nada menos que el polímata Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) la consideraba una interlocutora importante y discutieron extensamente sobre la evolución de la filosofía de sus días.

4.3. El tercer hecho importante que quiero mencionar sobre el periodo y sobre la ilustración radical es que, en las obras y discusiones de algunos de ellos, aparece una palabra que durante casi dos milenios había estado maldita: democracia (junto con la idea de que la fuente última de la autoridad política legítima era la ciudadanía o pueblo).

Hasta entonces, la locución más cercana para expresar una alternativa a la monarquía y a la oligarquía era república. Pero muchos radicales retomaron la palabra y la idea de la democracia, considerada por buena parte de la intelectualidad de sus días (y, por supuesto, por la autoridad política) como un diseño y un principio de gobierno intrínsecamente indeseable e inestable. La historia moderna de esta palabra (como ha dicho Dunn) es muy complicada, pues la posteridad la usurpó para calificar un diseño que se creó en parte para contener al propio principio democrático: el diseño de gobierno planteado en la Constitución de los Estados Unidos de América. Sin embargo, las consecuencias (radicales) vistas por estos ilustrados (radicales) del principio democrático, han quedado consignadas también en nuestros diseños institucionales y en nuestras propias creencias políticas fundamentales, impulsando y presionando en todo lugar por una forma de vida política común menos elitista y facciosa. 



[1] Reimpresión del 2017, publicada por en México por Fondo de Cultura Económica.