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miércoles, 27 de noviembre de 2013

Apuntes sobre crítica y racionalidad

Alejandro Guevara Arroyo

In all things I have made the vow to follow reason…
Bertrand Russell,  1989, 47
[L]a doctrina socrática de la ignorancia es  extremadamente importante. […] Ahora sabemos que incluso el mejor conocimiento adquirido en las ciencias […] no constituye conocimiento en sentido clásico [i.e. episteme] […]. Esto conduce a una verdadera revolución en el concepto de conocimiento: el conocimiento de las ciencias […] [debe considerarse] conocimiento por conjetura. Es mera labora conjetural
Popper, 1994, 65
Pero por lo que respecta a la verdad certera,  ningún hombre la ha conocido ni la conocerá; Ni acerca de los dioses, ni tampoco de todas las cosas de las que hablo. E incluso si por azar alguien pronunciase la verdad perfecta el mismo no sabría: pues todo no es más que una tela tejida de conjeturas. Los dioses no revelaron, desde los comienzos, todas las cosas a nosotros; pero en el curso del tiempo, podemos aprender buscando y conocer mejor las cosas.
Jenófanes[1]

¿Qué papel tiene la crítica en la actividad intelectual? ¿Es importante? ¿De ser el caso, qué puede ser esto a lo que llamamos crítica? Los siguientes párrafos presentan mis opiniones sobre esta cuestión.
Se ha defendido que el conocimiento son afirmaciones que podemos considerar verdaderas con certeza y justificadamente. El rechazo en especial al requerimiento de certeza, ha conllevado un escepticismo epistémico característico. Dentro de esta concepción sobre el conocimiento, la crítica tiene el papel de brindar un tamiz (valga la metáfora) para las creencias verdaderas. Empero, una vez alcanzada tal creencia con certeza verdadera, la actividad crítica se queda sin función epistemológica alguna.
Pero si cambiamos la perspectiva, si  vemos el asunto desde otro ángulo, quizá podamos apreciar la actividad intelectual de una forma diferente. Veamos puntualmente algunas tesis fundamentales de tal variación de perspectiva.
En primer lugar, partiré de la tesis según la cual los humanos tenemos una participación en una serie de hechos del mundo. Llamaré a esta clase característica de hechos: acciones humanas. En ellas, la auto-determinación (como clase de determinación) tiene algún papel en el acaecimiento de dichos hechos. Tienen así una subsistencia epistémicamente objetiva (SEARLE). Empero, no son ontológicamente objetivos.
Ahora bien, nuestra actividad intelectual es una cierta clase de acciones humanas. Por medio de ella, los humanos creamos una clase de objetos ideales muy peculiares, que son también epistémicamente objetivos: nuestros constructos intelectuales. Claro que son ontológicamente subjetivos: no existirían si no hubiera nadie para relacionarse con ellos. No obstante, ganan independencia epistemológica una vez se han formulado y de ellos pueden deducirse otras ideas o incluso, prescripciones para el accionar humano.
Por cierto, las inferencias que se pueden extraer legítimamente de nuestros constructos intelectuales, constituyen su forma de relación característica. En acuerdo con tal distinción, no son lo mismo nuestros meros fenómenos subjetivos y nuestros constructos intelectuales y las clases de relaciones que ellos tienen. Aunque estos últimos emergen de la actividad humana, sus características principales no son reductibles a los fenómenos mentales.  
De forma que nuestras ideas sobre la naturaleza, la sociedad y cómo debemos vivir nunca dejan de ser nuestras construcciones. A partir de esto, sobreviene un problema clave: ¿por qué son preferibles unas y no otras de estas construcciones? Mi respuesta es: porque sobreviven a distintas formas de crítica y este procedimiento es el más deseable.
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Permítaseme el siguiente excurso: no deseo que se confunda la independencia epistémica que es una propiedad de los constructos intelectuales, con otra cuestión muy diferente: aquella sobre el papel propagandístico o emotivizante que tiene el mal uso de nombres de constructos intelectuales o  versiones significativamente depauperadas de ideas y teorías. Esto es cuestión pragmática muy común en esferas de la política y de la manipulación de masas y ha sido inadecuadamente asumida por algunos grupos de pensadores e investigadores sociales (marxistas o sobre ideologías) como los efectos de los constructos intelectuales.
Empero, claramente no es el caso, pues un constructo intelectual f es –al menos pero imprescindiblemente- lo que ese constructo dice: sus tesis fundamentales, teoremas (por llamarles de alguna forma) y las relaciones entre ambos. No obstante, en los casos de mal uso de los nombres de algún constructo intelectual para provocar efectos emotivizantes en grupos humanos, no nos encontramos ante derivaciones de esos constructos, sino ante las consecuencias de otros conjuntos de creencias que se encuentran detrás del mal uso de tales nombres.
Por poner algún ejemplo histórico: el nombre de la teoría de la evolución darwinista ha sido y es a veces utilizada para justificar opiniones y/o acciones xenofóbicas y discriminatorias de algunos grupos humanos (nacionales, civilizados, arios, ricos…) contra otros grupos humanos (extranjeros, barbaros, afro-descendientes, pobres…). Para esto, se dice –en pocas palabras- que hay algo así como un progreso humano y natural. Se le agrega que un grupo de personas tiene algún papel aventajado en tal progreso (i.e. es evolutivamente triunfador), mientras que los otros grupos son evolutivamente retardatarios. Finalmente, así se justifican posiciones morales y políticas discriminatorias variadas.
Este tipo de tesis nada tiene que ver con el darwinismo. En la teoría darwinista de la evolución de las especies correctamente considerada ni existen tales ideas ni se le pueden inferir tales consecuencias, por las siguientes razones. (i) Primeramente, los conceptos de progreso, superioridad y mejoría, son contextuales a un medio ambiente. No afirman una progresión ininterrumpida e invariante. Los especímenes triunfadores en un medio ambiente pueden no serlo en otros. De forma que el presupuesto del progreso lineal no se encuentra en la teoría de la evolución. (ii) Ante todo, la teoría darwinista es una teoría explicativa que no posee valores morales en su cuerpo teórico, de forma que pretender concluir consecuencias valorativo-morales constituye una falacia naturalista. Por cierto, la afirmación de que la teoría darwinista sí contiene valores morales debe ser demostrada. Atendiendo a lo que una teoría es, tal prueba sólo puede consistir en localizar una tesis o hipótesis valorativa. Que yo sepa, esto no se ha logrado encontrar.
Por cierto que de las teorías explicativas por supuesto que se pueden inferir realmente cuestiones de importancia para el accionar humano. Las teorías puramente explicativas pueden ser utilizadas para desarrollar teorías de ciencia aplicada y de tecnología. Como parte de estos desarrollos lógicamente posibles de dichas teorías, podemos derivar resultados que valorados mediante tales o cuales sistemas éticos, pueden ser bastante controversiales. Verbigracia: el desarrollo de la bomba atómica, la experimentación en animales y personas para probar productos médicos o la fertilización in-vitro.
Con todo y ser indudablemente interesante este asunto, dejémoslo para otra ocasión más propicia y regresemos a las disquisiciones principales.
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Volvamos al papel de la crítica en nuestra actividad intelectual. Como dije, la solución racionalista ante el problema de la deseabilidad[2] de un conjunto de constructos intelectuales frente a otros es: es racional aquel producto de una actividad intelectual dirigida críticamente y a su vez, son correctos aquellos constructos intelectuales que sobreviven a la crítica.
 Empero, tanto los términos “crítico” como “racional” son vagos y ambiguos. Por ende, a) se requiere una aclaración de tales términos, que permita entender las consecuencias reales de asumir tal dirección. b) Se debe dilucidar porqué la asunción de tal actitud racional-crítica es la respuesta a un problema axiológico y c) junto con tales explanación, debemos incorporar las justificaciones de tal perspectiva. Se dedican las siguientes líneas en dar respuesta a estos puntos.
(i)      “Racional”: Se entiende “racionalismo/racionalidad” en dos sentidos: 1- Aquella actividad intelectual, diferenciable de la mera acción motivada emotivamente, 2- la actitud que procura resolver la mayor cantidad de problemas acudiendo a explicación,  razones y discusión crítica. Esto implica que, para que las tesis defendidas sean aceptables, estas deben ser justificadas y sometidas a examen crítico. Los productos intelectuales que tienen la posibilidad (lógica y epistemológica) de ser criticados, reciben la propiedad de ser racionales.
Extendámonos en la exposición de esta actitud. Este fue el talante de Sócrates, cuando señaló “Porque yo, no sólo ahora sino en todo tiempo, estoy dispuesto a obedecer, no a nadie de los nuestros, sino a la razón […] que se me presente como la mejor” (Platón, Critón, 46b).
“[Tal forma de actitud intelectual implica,] la conciencia de las propias limitaciones; […] la modestia intelectual de aquellos que saben con cuánta frecuencia yerran y hasta qué punto depende de los demás aun para la posesión de este conocimiento; [esta es] la compresión de que no debemos esperar demasiado de la razón, de que todo argumento raramente deja aclarado un problema, si bien es el único medio para aprender, no para ver claramente, pero sí para ver con mayor claridad que antes” (Popper,  1982, 395).
Ahora bien, -como ya se señaló- tal actitud es la respuesta un problema axiológico. Exploremos por qué y justifiquemos la decisión asumida. Para esto, debe distinguirse entre una tesis racionalista-esencialista o comprensiva, por un lado, y un racionalismo crítico (hasta de sí mismo), por el otro.
Podemos considerar a la primera como la posición de aquel individuo que defiende que ‘no está dispuesto a aceptar ningún punto que no pueda ser justificado’. De esta forma, solo las tesis con un fundamento que –con certeza- sea correcto será digna de ser considerada aceptable.  “Pues bien; no es difícil ver que este principio del racionalismo [comprensivo] es inconsecuente, pues dado que no puede, a su vez, apoyarse en ningún razonamiento ni experiencia, él mismo nos indica que debe ser descartado” (Popper, 1982, 397).
 Así, el racionalismo comprensivo cae por su base. “La actitud racionalista se caracteriza por la importancia que le asigna al razonamiento y a la experiencia. Pero no hay ningún razonamiento lógico ni ninguna experiencia que puedan sancionar esta actitud racionalista, pues sólo aquellos que se hallan dispuestos a considerar el razonamiento o la experiencia y que, por lo tanto, ya han adoptado esta actitud, se dejarán convencer por ellos” (Popper, 1982, 398).
Quiere decir que, este primer paso en favor de la racionalidad es una decisión. “El hecho de que en [la actividad intelectual] sea imprescindible tomar ciertas decisiones es algo que últimamente viene siendo subrayado con insistencia desde distintos sectores” (Albert, apud., Haba., 2008, 326). Sin embargo, esto no implica que sea necesaria una paranoia irracionalista y escéptica. Es cierto que tenemos la posibilidad de escoger una actitud irracionalista. Pero también podemos elegir una forma crítica de racionalismo. Mediante tal actitud, se habrá abandonado la ingenuidad de la autosuficiencia y se dará cuenta honestamente de las propias limitaciones[3]. Se aceptará la actitud racional[4] como la más deseable, teniendo en cuenta que tal es una decisión. Esta es la tesis racionalista crítica. Esta elección “no es simplemente una cuestión intelectual o de gusto […]. Es una decisión moral. En efecto, según que adoptemos una forma de irracionalismo más o menos radical o solamente ese grado mínimo que hemos denominado ‘racionalismo crítico’, variará nuestra actitud total hacia las demás personas y los problemas de la vida social” (Popper, 1982, 399).
(ii)    “Crítica”: A continuación, nos incumbe desarrollar un concepto de crítica. Comencemos con la actitud crítica. “El impulso crítico […] consiste esencialmente en una ACTITUD (dirección) fundamental adoptada por la INTELIGENCIA” (Haba, Metodología realista-crítica y ética del razonamiento judicial (Realismo jurídico como alternativa práctica al discurso normativista de los jueces, 512). Tal impulso crítico, es un talante de observación y análisis de elementos que se han fosilizado y olvidado, inmersos en nuestros hábitos de pensamiento. Igualmente, este talante se materializa en argumentos que pretenden refutaciones aún de aquellas concepciones que nos resulten queridas[5]. Así, la postura crítica  –como parte de lo que F. Waissmann destacó para el pensamiento filosófico-: [E]s penetrar esa corteza muerta de la tradición y lo convencional, rompiendo esas cadenas que nos unen a preconcepciones heredadas, para lograr una nueva y más amplia forma de ver las cosas.”[6] 
Para el desarrollo del conocimiento mediante argumentos, la crítica es de principal relevancia. Esto pues, no es suficiente brindar cualquier respuesta a los problemas –cognoscitivamente interesantes-. Deben ser soluciones aceptables. La crítica es el mecanismo intersubjetivo mediante el cual se investiga la idoneidad de tales soluciones, en busca de la mejor. De ahí que podemos decir con Stendhal:
 Todo buen razonamiento ofende.
Es esta “la actitud del bufón [que] consiste en el esfuerzo permanente del pensar sobre las posibles razones de las ideas contrapuestas; es, sencillamente, la superación de lo que sea aceptado simplemente porque es. Nosotros nos inclinamos por la filosofía del bufón, es decir, por la actitud de lúcida desconfianza frente a todo Absoluto.”(Kolakowski, apud, Haba, 2008, iv).
Tal actitud se corresponde con un principio metódico de criticismo falibilista y consecuente y con la idea del examen crítico[7], desde los cuales se establece el sometimiento a la crítica, mediante argmentos, de toda tesis. Así, no existen autoridades para el conocimiento.
Dicho principio puede enunciarse así “Debe darse la bienvenida a toda fuente y a toda sugerencia; y toda fuente, toda sugerencia, deben ser sometidas a un examen crítico.” ., Popper, 1983,  37. “[L]a idea del examen crítico, de [que] discusión crítica [debe utilizarse en] todos los enunciados que están en cuestión, con ayuda de argumentos racionales, entonces se renuncia, ciertamente, a las certezas auto-producidas, pero se tiene la perspectiva de acercarse más a la verdad mediante el ensayo y el error […] sin llegar, por cierto, jamás  a la certeza.” (Albert, (1971, 58)
La crítica (todo lo destructiva que pueda ser) es parte de la actividad intelectual racional. Es un segmento relevante de esa forma de vida (WITTGENSTEIN). 
(iii) La búsqueda de solucionar problemas por medio de argumentos y la crítica de tales propuestas de solución, constituyen ambas la actitud racionalista crítica. La decisión por tal opción como la más deseable no deja imperturbables el resto de los ámbitos de nuestro pensamiento y creación humana. Muy al contrario, afecta las concepciones epistemológicas[8], determina nuestra forma de comprender las teorías descriptivas con que explicamos el mundo, influye en la apreciación de nuestras posiciones éticas y, finalmente, nos pone con nueva postura frente a las propuestas políticas.
 Esta actitud se contrapone directamente al dogmatismo y al irracionalismo, vehículos ambos del fanatismo ético y de programas políticos totalitarios[9].
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       Bien. He intentado bosquejar algunas ideas y máximas que guían lo que considero una forma de actividad intelectual valiosa, todo lo cual tiene importancia en cuestiones de índole epistemológico sobre los constructos intelectuales (pero esto es tema para profundizar en otro texto).
En conclusión: es en esta actitud racionalista crítica que se considera valioso “[e]l pensamiento […] subversivo y revolucionario, destructor y terrible, [que] no tiene piedad con los privilegios, las instituciones establecidas y los hábitos cómodos. [Ese] pensamiento […] indiferente a la autoridad y [que] no le importa la sabiduría acumulada por los siglos. El pensamiento [que] mira al abismo del infierno y no le tiene miedo…” (Russell, 1992, 19).





Bibliografía
Albert, H. (1971). Tratado sobre la razón crítica (trad. R. Gutiérrez Girardot). Buenos Aires: Sur
Haba, E.P. (1990, Mayo-Agosto). Racionalidad y método para el derecho: ¿es eso posible?. San José, Revista de Ciencias Jurídicas,  66, 67-133.
_____________(Compilador) (2008) Elementos básicos de Axiología General, Epistemología del discurso valorativo práctico. San José: Ed. de la Universidad de Costa Rica.
Platón (1977). Critón (traducción e introducción de Alfonso López Martín). San José: ed. de la Universidad de Costa Rica.  
Popper, K.R. (1982). La Sociedad Abierta y sus enemigos (trad. E. Loedel). Barcelona: Paidós.
___________ (1983). Conjeturas y Refutaciones, el desarrollo del conocimiento científico (trad. N. Míguez). Buenos Aires: Paidós.
___________ (1994), En Busca de un mundo mejor (J. Vigil Rubio). Buenos Aires: Paidós.
Russell (1989). Autobiography. London: Unwin Paperbacks.
___________ (1992). Sobre Dios y la religión (traducción de Jordi Fibla). Barcelona: Martínez Roca.




[1] El primer epígrafe alude a una moral intelectual. La segunda cita, es una síntesis adecuada de una doctrina epistemológica fundamental sobre qué es deseable conocer y entender y qué lo hace deseable. El tercero reitera esto lo conecta con la cuestión del conocimiento como conjeturas preferibles.
[2] Este es un problema axiológico, aunque no moral. Este problema pertenece al conjunto de los problemas sobre valores que Ortega y Gasset llamó espirituales. Específicamente, al sub-conjunto de las cuestiones de valores epistémicos.
[3] Hans Albert ha de-fragmentado el argumento e investigado críticamente todas las posibilidades en la problemática de la racionalidad crítica frente al esencialismo dogmático (sea racionalista comprensivo, sea irracionalismo intuitivista). Tal autor, inquiere tal enfrentamiento y sus consecuencias en la discusión epistemológica,  llegando a relevantes resultados. Es en este contexto que Albert formuló su conocido trilema de Münchausen. El trilema se sintetiza de la siguiente forma: La aplicación consecuente del principio de que toda tesis requiere un fundamento cierto y seguro, nos lleva -lógicamente- a tres posibilidades problemáticas: 1. Un regreso infinito en la cadena de fundamentos. 2. Una petición de principio en la cadena de fundamentación. 3. La interrupción abrupta del procedimiento inferencial. La respuesta de Albert es precisamente consecuencia del abandono de tal posición, en favor de un racionalismo crítico. Por esto, estatuye un principio metódico de criticismo falibilista y consecuente aplicable a todos los problemas y soluciones. Parte de esto se cita infra, texto de la nota al pie 17. Vid. Hans, Albert, 1971.
[4] “Racional” según se definió supra.
[5] Aún en los contextos donde la crítica racional juega su mayor papel -i.e. la discusión científica- la historia muestra que los científicos en cuestión puede no tener siempre tal personalidad crítica. Aún así, esto sin afectar la racionalidad de la actividad científica e igualmente, de las teorías científicas. Parece ser que ahí es suficiente la siguiente meditación: “Y no puedo pensar racionalmente todo el tiempo, ni tampoco puede hacerlo mi colaborador, ni menos aún mi crítico. Pero estos me suplen o corrigen cuando fallo, y entre los tres logramos ensamblar un sistema auto-correctivo dentro el cual permaneceremos cuerdos y fuera del cual desbarramos” (Bunge, apud, Haba, 1990, Mayo-Agosto, 81).
[6] Waissmann, Friedrich: How I see philosophy, “[I]s the piercing of that death crust of tradition and convention, the breaking of those fetters which bind us to inherit preconceptions, so as to attain a new and broader way of looking at things” (trad. mía).
[7] Vid, supra, nota al pie 9.
[8] En contra del racionalismo crítico, el irracionalismo subraya que las tesis sean justificadas apelando a variopintas autoridades en el conocimiento. “Sugiero que lo que debemos hacer es abandonar la idea de las fuentes últimas del conocimiento y admitir que todo conocimiento es humano; que está mezclado con nuestros errores, nuestros prejuicios, nuestros sueños y nuestras esperanzas; que todo lo que podemos hacer es buscar a tientas la verdad, aunque esté más allá de nuestro alcance. Podemos admitir que nuestro tanteo a menudo está inspirado, pero debemos precavernos contra la creencia, por profundamente arraigada que esté, de que nuestra inspiración supone alguna autoridad, divina o de cualquier otro tipo” (Popper, 1983., p. 40).
[9] “Ya hemos dicho que el racionalismo [crítico] se halla íntimamente relacionado con la creencia de la unidad del género humano [. Esto pues, la propia autoridad de una persona determinada no asegura la verdad o idoneidad de lo que dice. Solo las razones lo demuestran. Así, en este respecto, todas las personas son semejantes.] El irracionalismo, al que no obliga ningún deseo de consecuencia, puede darse en combinación con cualquier tipo de creencia, incluyendo la fe en la hermandad de los hombres; pero el hecho de que pueda combinarse fácilmente con otros credos completamente distintos y, especialmente, el de que se preste fácilmente al apoyo de una creencia romántica en la existencia de un cuerpo elegido, de una división de los hombres en conductores y conducidos, en amos y esclavos naturales, nos demuestra claramente que la elección entre el irracionalismo y el racionalismo crítico involucra una decisión [ética y política]” (Popper, 1982, 399).