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martes, 25 de febrero de 2014

Dos extractos de cómo se debe vivir, tomados de las Meditaciones del Princeps Marco Aurelio Antonino Augusto:



L. II; 5. A todas horas piensa tenazmente, como romano y como persona, en hacer lo que tienes entre manos con seriedad meticulosa y sincera, con amor a la libertad y justicia, y en procurarte tiempo libre de todas las demás imaginaciones. Y te lo procuraras, si realizas cada acto como el último de tu vida, desprovisto de toda irreflexión, del rechazo apasionado a la razón impositiva, de la falsedad, del amor propio y de disgusto con la parte que nos ha tocado. […]
L. III; 10. […] Todavía recuerda que sólo vive cada cual este presente tan breve. El resto, o ya se ha vivido, o es incierto. Breve es pues lo que cada cual vive. Pequeño es el rincón de la tierra donde vive. Pequeña también la fama póstuma más larga, y está a través de la sucesión de hombres que rápidamente morirán y que no saben ni de sí mismos, ni, por supuesto, del que ya ha muerto.

domingo, 23 de febrero de 2014

Tres formas de discutir la regulación de la FIV

Alejandro Guevara Arroyo[1]


Recientemente en Costa Rica se ha revitalizado la discusión sobre si es deseable regular jurídicamente la técnica de la fecundación in vitro (declarada inconstitucional por nuestra Sala Constitucional (SC), voto No.2306-00). Creo que existen tres formas de discutir el tema, a partir de lo se considere como una justificación aceptable para sustentar una cierta posición política. Veamos:
La forma abogadil de discutir. El abogado litigante, a la hora de resolver las cuestiones jurídicas que se le presentan, se dedica a buscar alguna autoridad que apruebe una x solución. Estas autoridades son leyes y -más aún- la interpretación que de estas han hechos altos tribunales.
Esta forma de argumentación, perfectamente legítima para la práctica legal, ha sido extrañamente trasladada a la discusión política sobre si es deseable regular la FIV. Por ejemplo: se sustenta una postura recordando lo que la SC concluyó.
La forma abogadil es inadecuada, dado que es un ejemplo de falacia de apelación a la autoridad. Esto es, se intenta hacer aceptable una posición apelando a  autoridades y no a razones.
La forma esencialista de discusión. En la citada sentencia de la SC se argumentó así: si (i) en Costa Rica se respeta la vida como un derecho fundamental inviolable, (ii) se afirma que ya la conjunción de gametos femeninos y masculinos es vida y (iii) mediante la FIV se desechan multitud de estas uniones; luego (iv) la técnica en cuestión violenta el derecho a la vida.
La forma esencialista se dedica en problematizar el (ii) del anterior razonamiento. Se intenta descubrir la esencia o ‘verdadero’ significado del término vida. Para algunos esta esencia existe ya desde la unión de gametos, pues desde este momento hay un alma o porque es un ciudadano en potencia o quizá deba entenderse vida desde que la entidad tenga sistema nervioso (como señalan ciertos científicos) o alguna otra cosa por el estilo.
La forma esencialista presupone que existe algo así como un significado ‘verdadero’ o esencia del término vida. Empero, es un lugar común en la semántica (teoría del significado) que no existe tal significado esencial en los usos ordinarios de los términos. Lo que cada parte hace mediante la forma esencialista de discusión, es anteponer un significado frente a otro, una convención al lado de otra y intenta hacerlas pasar como si fueran las esencialmente verdaderas.
Esto es aplicable a los científicos que creen que los conceptos científicos constituyen el significado esencial de un término, como agudamente argumentó el ius-filósofo Haba (La Nación, “Zapatero, a tus zapatos...”, Foro, 07/11/2012) contra la posición defendida por A. Leal (La Nación, La vida, la muerte y la Corte ”, Foro, 19/10/12).
En la discusión nacional sobre la FIV se ha dado una variopinta mezcolanza de las formas abogadil y esencialista. Por lo dicho, no creo que ninguno de ambos caminos correcto, pues llevan a un diálogo de sordos.
Existe una tercera clase de discusión. Según esta, las regulaciones jurídicas deben ser entendidas como medios creados por nosotros, para solucionar problemas que se dan en la sociedad (i.e. como tecnologías sociales). Para determinar cuál posición es mejor, se debe establecer cuál permite alcanzar, con mayor plausibilidad y con un balance de costo-beneficio favorable, el fin social considerado valioso. Esta vía permite sopesar consecuencias posibles mediante la observación y contrastación y es un medio que obliga a los interlocutores a explicitar sus valores y a no esconderlos.
En la cuestión de la FIV, creo que hay dos temas que deben ser discutidos de esta forma. Primero, si la regulación de la FIV beneficia las libertades jurídicas de las personas y la posibilidad jurídica de que desarrollen su vida según como crean más deseable.
Segundo, determinar si gracias a la regulación de la FIV se solucionan otras situaciones sociales in-deseables. Por ejemplo, si mediante la prohibición de la FIV se estimula la salida de recursos económicos del país o la proliferación de clínicas ilegales.
En fin, existen tres formas de discutir sobre la regulación de la FIV. Dos de ellas son racionalmente inadecuadas. La tercera es la que considero idónea. Este esquema constituye también un ejemplo de un modelo que podría ser aplicado a otras discusiones políticas y morales. 



[1] Este texto fue publicado originalmente el 5 de diciembre del 2012 en el Semanario Universidad (http://www.semanariouniversidad.ucr.cr/component/content/article/1952-Opini%C3%B3n/8490-tres-formas-de-discutir-la-regulacion-de-la-fiv.html).

martes, 18 de febrero de 2014

El teatro del horror en los noticieros y periódicos de Costa Rica

Alejandro Guevara Arroyo[1]

El filósofo del derecho y penalista costarricense Minor E. Salas, en un artículo intitulado “Theatrum Horroris: Nacimiento del derecho penal como espectáculo” (en: Cuadernos de Doctrina y Jurisprudencia Penal – Casación. Años VI/VII–N. 6/7-2006/2007. Buenos Aires: 2008), establece una peculiar conjetura histórica sobre un fenómeno propio de la aplicación Estatal de las brutales penas corporales. Estas han acompañado la historia de occidente desde la antigüedad y hasta la temprana contemporaneidad, pasando por el Medioevo y la modernidad cristiana. Concentrándose en estos últimos períodos, Salas apunta que las penas corporales aplicadas en espacios públicos (v.g. plazas) fascinaban a las multitudes, quienes se reunían para presenciar el sufrimiento personal de individuos a los que no conocían y con los que no tenían nada que ver.
            Desde hace mucho tiempo, tanto los penalistas como las autoridades estatales y el ciudadano común, defienden la tesis que las penas tienen tanto un fin (valor) como una función (real) preventivas del delito (posición general que, por otra parte, ha tendido a ser desmentida también por la criminología). No obstante, según se desprende de los múltiples e impresionantes ejemplos históricos documentados por Salas, en el caso de la aplicación pública de las severas penas corporales -por lo demás, una desgracia privada para el condenado- por lo menos una de sus funciones reales y normales, fue el macabro entretenimiento que significaba para las muchedumbres. Empero, hoy día ya no existe esta forma de penalización y el Estado mantiene escondidos a los delincuentes en las cárceles.
            Me gustaría presentar una sencilla hipótesis sobre un tema relacionado aunque diferente: la insistencia de muchos noticieros y periódicos costarricenses en atragantar al público con desgracias privadas posee una semejanza estructural notable con el fenómeno socio-histórico ya comentado sobre las penas corporales como mero espectáculo. Nótese el bajo valor informativo de las constantes reseñas sobre la agresión sufrida por fulano o el accidente automovilístico en que participaron tal o cual personaje. No nos permite tomar posición sobre medidas idóneas para solucionar algún problema estatal o social general, sea nacional o internacional. No explica las consecuencias o causas de algún fenómeno problemático, sea de las esferas social o natural.  Alguien podría replicar, quizá, que el ver constantemente a quién fue asesinado y a quién arrestó el OIJ nos permite inferir las dificultades generales en seguridad ciudadana que sufren algunas regiones del país. Sin embargo, respondo: eso no es lo que se presenta en los reportajes o reseñas (si aparece tal cuestión, apenas lo hace como un sucedáneo o mediante algún extraviado comentario de cierto desinformado penalista litigante).
No. Esta última tesis no parece obliterar lo que he afirmado. Otra luz se nos presenta, si contemplamos la marejada indiscriminada de ‘sucesos’ que se exhiben como una forma de entretener, como un Theatrum horroris. Aquí, en la relación de los noticieros y ciertos periódicos patrios con su público, lo relevante parece ser recrearse con el espectáculo de la desgracia privada. Las mentes permanecen dormidas y el desarrollo enterado de opiniones sobre problemas generales estancado. Después de todo, ya cada quien tiene sus dificultades personales ¿Qué importancia tiene entender las causas y problemas de la crisis económica que se desarrolla en Europa o lo que implica que uno de los principales candidatos republicanos en Estados Unidos afirme que la ciencia es una patraña y que el Sol gira alrededor de la Tierra? Son cosas lejanas. Mejor un accidente en motocicleta ocurrido en Pavas. ¿Para qué contemplar las posiciones de los agentes que forman parte de los conflictos laborales en las piñeras de Costa Rica o el desarrollo y orígenes del actual problema de la CCSS? Que me importan a mí esas cosas. Mejor es la imagen de las autoridades policiales despedazando el portón de la casa de un x personaje en Limón. Se busca así, el placer voyeur de contemplar las vidas privadas de otras personas, en especial si sufren.
Algunos noticieros son tan obstinados en su plan de recetar sucesos a sus televidentes, que los distribuyen durante toda la programación, de forma que uno ni siquiera puede seleccionar las pocas noticias relevantes. Si por casualidad se excluye la mención de desgracias, normalmente se substituye por alguna historia de la buena vida de b persona. Más vouyerismo.
En síntesis: he argumentado a favor de la hipótesis de una semejanza relevante entre la pena corporal pública como espectáculo, propia del occidente de tiempos pretéritos, y la insistente y todo abarcante presentación de ‘sucesos’ en noticieros y algunos periódicos nacionales: la desgracia personal y privada como espectáculo para las masas. Debo agregar que considero dis-valiosa tal forma de espectáculo, bastante desaparecida de los telediarios de otras latitudes (v.g. Deusche-Welle o TV española). Reitero que impide o estorba la posibilidad de que el ciudadano se informe sobre acontecimientos o problemas que son de importancia, tanto para su vida en su correlación con otras personas como para su participación en la sociedad de la que forma parte. Esto último, ayudar con el Sapere aude (atrévete a pensar) de Kant, es lo que debería considerarse valioso en los medios de comunicación de una sociedad que pretenda ser educada y con miras en ciudadanos responsables y sensatos. Para el individuo, el camino es quizá más sencillo: no comprar ciertos diarios y apagar el televisor.
            




[1] Una versión muy recortada de este texto apareció en la sección de Opinión del Semanario Universitario de la Universidad de Costa Rica, el 23 de agosto del 2011.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Epicúreo: ¿Qué deben probar los incrédulos?

Alejandro Guevara Arroyo[1]


            En la revista Dominical de la Nación del pasado 19 de enero, Jacques Sagot publicó un artículo titulado ‘El falso ateo y el falso creyente’, dedicado a caracterizar y criticar a cierta clase de creyentes y de incrédulos en la existencia de una divinidad. No analizaré los puntos centrales de dicho artículo. Me concentraré en una idea ahí presentada: “Podrían [los incrédulos] ser más humildes, y decir ‘No he encontrado a Dios, pero de ello no infiero ni pretendo que no exista´. No universalizar su sentir [más adecuadamente: su opinión].”. Con esta frase y algunas otras, el autor parece sugerir que el incrédulo asumiría una mejor posición (‘sería más humilde’) si, ante su imposibilidad de demostrar la existencia del ente divino (i.e. ‘no encontrar’ a Dios), no infiriera que no existe. Consiguientemente, que para aseverar la inexistencia del ente divino, hay que demostrarla; caso contrario, ‘lo humilde’ es no afirmarla.
            Suponiendo que mi interpretación sea correcta (puede no serlo, pues el texto es impreciso), dicho razonamiento es falaz. Es un caso, más o menos solapado, de lo que en lógica se denomina desde antaño falacia ad ignorantiam o falacia por la ignorancia. Este error en el argumento, consiste en sostener que una afirmación es verdadera porque no se ha demostrado su falsedad. Consecuentemente, quien cae en la falacia considera que se equivoca aquel que no demuestra la falsedad de una afirmación sobre la existencia de algo.
En el caso analizado, se supone que debe demostrarse la falsedad de la afirmación sobre la existencia de Dios o –más corto- que debe demostrarse que Dios no existe. Si no, es poco humilde afirmar que no existe el ente divino solo porque no se lo encontró.
Se considera a esta clase de argumentos falaces por principios lógicos fundamentales. Negar que sean falacias, conlleva la consecuencia ridícula de que –debido a que no se puede demostrar su inexistencia- es correcto afirmar la existencia de toda suerte de entelequias. Así, la realidad de lestrigones, Cthulu, de fantasma e hipocampos se podría sustentar, pues probar (lógicamente) su inexistencia es imposible. Y serían más humildes los incrédulos si no los negaran. El razonamiento de Sagot tiene una estructura lógica semejante a la de estos argumentos sobre seres mitológicos y/o de fantasía.
En cambio, lo correcto es que la responsabilidad de probar que algo existe cae sobre quien lo afirma. Así, refutar las pretendidas pruebas de la realidad del ente divino es suficiente para afirmar racionalmente su inexistencia. Precisamente, eso es a lo que se dedicaron pensadores no creyentes como Russell, Sartre y Dawkins. Consecuentemente, desde una moral intelectual racional, se infiere lo siguiente: quien afirma la inexistencia del ente divino, tras refutar sus demostraciones, no se comporta poco humilde o inadecuadamente.


 [1] Aparecido el día 17 de febrero del 2014 en la sección de opinión del diario La Nación. Visible en el link: http://www.nacion.com/opinion/foros/deben-probar-incredulos_0_1397260263.html