En la revista Dominical de la Nación del pasado 19 de enero, Jacques Sagot publicó un artículo titulado ‘El falso ateo y el falso creyente’, dedicado a caracterizar y criticar a cierta clase de creyentes y de incrédulos en la existencia de una divinidad. No analizaré los puntos centrales de dicho artículo. Me concentraré en una idea ahí presentada: “Podrían [los incrédulos] ser más humildes, y decir ‘No he encontrado a Dios, pero de ello no infiero ni pretendo que no exista´. No universalizar su sentir [más adecuadamente: su opinión].”. Con esta frase y algunas otras, el autor parece sugerir que el incrédulo asumiría una mejor posición (‘sería más humilde’) si, ante su imposibilidad de demostrar la existencia del ente divino (i.e. ‘no encontrar’ a Dios), no infiriera que no existe. Consiguientemente, que para aseverar la inexistencia del ente divino, hay que demostrarla; caso contrario, ‘lo humilde’ es no afirmarla.
Suponiendo que mi interpretación sea correcta (puede no
serlo, pues el texto es impreciso), dicho razonamiento es falaz. Es un caso,
más o menos solapado, de lo que en lógica se denomina desde antaño falacia ad ignorantiam o falacia por la
ignorancia. Este error en el argumento, consiste en sostener que una afirmación
es verdadera porque no se ha demostrado su falsedad. Consecuentemente, quien
cae en la falacia considera que se equivoca aquel que no demuestra la falsedad
de una afirmación sobre la existencia de algo.
En el
caso analizado, se supone que debe demostrarse la falsedad de la afirmación
sobre la existencia de Dios o –más corto- que debe demostrarse que Dios no
existe. Si no, es poco humilde afirmar que no existe el ente divino solo porque
no se lo encontró.
Se
considera a esta clase de argumentos falaces por principios lógicos
fundamentales. Negar que sean falacias, conlleva la consecuencia ridícula de
que –debido a que no se puede demostrar su inexistencia- es correcto afirmar
la existencia de toda suerte de entelequias. Así, la realidad de lestrigones,
Cthulu, de fantasma e hipocampos se podría sustentar, pues probar (lógicamente)
su inexistencia es imposible. Y serían más humildes los incrédulos si no los
negaran. El razonamiento de Sagot tiene una estructura lógica semejante a la de
estos argumentos sobre seres mitológicos y/o de fantasía.
En
cambio, lo correcto es que la responsabilidad de probar que algo existe cae
sobre quien lo afirma. Así, refutar las pretendidas pruebas de la realidad del
ente divino es suficiente para afirmar racionalmente
su inexistencia. Precisamente, eso es a lo que se dedicaron pensadores no
creyentes como Russell, Sartre y Dawkins. Consecuentemente, desde una moral
intelectual racional, se infiere lo siguiente: quien afirma la inexistencia del
ente divino, tras refutar sus demostraciones, no se comporta poco humilde o
inadecuadamente.
[1] Aparecido el día 17 de febrero del 2014 en la sección de opinión del diario La Nación. Visible en el link: http://www.nacion.com/opinion/foros/deben-probar-incredulos_0_1397260263.html
Flying Spaghetti Monster
ResponderEliminarInterpretado de otra manera, quizás lo que quería decir Sagot es que aunque no se haya demostrado que Dios existe, tampoco se ha demostrado que no exista. Y que esto no implica que, porque no se ha demostrado su inexistencia entonces existe, sino que no sabemos si existe o no puesto que ni lo primero ni lo segundo se ha demostrado hasta el momento. Es cierto, sin embargo, que eso no autoriza lógicamente a la posición de que es preferible creer en Dios a no creer en él,ademas de que el ateo al que critica Sagot es un hombre de paja: que afirma que sabe con certeza que Dios no existe, pese a que pocos afirmarían eso, la mayoría de ateos me parece que sólo argumentarían que es poco probable que exista Dios, o que no hay razones para creer en él hasta que se presenten evidencias que muestren su error al evaluar dicha probabilidad.
ResponderEliminarDe igual manera se puede criticar a quienes se denominan «agnósticos» en vez de ateos o creyentes, y es que en la práctica una de dos: O actúan como si Dios existiera o como si no existiera. En concreto, si no cumplen los mandamientos de alguna religión o no se guían por sus preceptos éticos, entonces para efectos prácticos son ateos, por más que se autodenominen «agnósticos»,respecto a las deidades de dichas religiones.
Y si el Dios al que se refieren no está vinculado con ninguna religión, no tiene entonces mayor relevancia práctica la cuestión de si Dios existe o no, más allá de la gratificación que pueda darle contemplar la posibilidad de su existencia.
Mirá, mi posición es que si afirmo que no tengo razones para creer que existe un x, no es racional creer que existe x. Por supuesto, esto no contradice la afirmación de que podría estar equivocado y por ende cambiar mi opinión.
EliminarPor ende, si no tenemos razones en favor de la existencia de Dios, entonces lo racional es afirmar que Dios no existe.
¿No te parece?
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarPues no veo por qué sea necesario afirmar que «Dios no existe».
ResponderEliminar¿No basta con no creer en la afirmación «Dios existe», y abstenerse de realizar afirmaciones, ya sea positivas o negativas?
Así se evitan confusiones respecto a la posición de los ateos agnósticos y los ateos gnósticos (quienes afirman que si saben con certeza que Dios no existe), creo yo.
Con el resto de su comentario estoy de acuerdo
Le daré un ejemplo que le resultará familiar:
ResponderEliminarMainor Salas, en «LABERINTOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA: Dos lecciones sobre ética y lenguaje en Wittgenstein y su relevancia para las ciencias normativas.» me parece a mí que sostiene la posición del ateísmo gnóstico (aunque no sé si actualmente habrá cambiado de parecer al respecto, juzgando por conferencias suyas a las que asistí más recientemente pareciera que no).
Al enunciar el argumento de la imposibilidad lógica de la trascendencia y la mezcla de lo físico y metafísico que deriva de Wittgenstein, me parece que diría que él tiene la certeza de que Dios no existe (que es la conclusión de su argumento), salvo que admitiera la posibilidad de algún sutil error en su razonamiento del que no se ha percatado aún. Si por el contrario está seguro de que ese razonamiento no tiene errores (porque todas las premisas, conclusión y reglas de inferencia usadas son indudables), entonces al afirmar que Dios (como entidad trascendental y metafísica) no existe, Salas tomaría una posición distinta a la suya. Y de hecho, creo que ésta es la posición que toma, por ejemplo cuando dice respecto al argumento: «Hasta acá llega la lógica impecable de nuestro solitario pensador austriaco.»
Yo por mi parte no puedo aceptar ese argumento como una certeza de la inexistencia de Dios (conclusión que me parece excesiva y dogmática, aunque reconozco que el argumento tiene una gran fuerza lógica) por razones que me obligarían a extenderme mucho, y que no vienen al caso.
Sí me interesaría saber qué piensa usted acerca de ese argumento, o si sabe de algún filósofo que haya intentado darle respuesta a argumentos similares a ese.