Alejandro Guevara Arroyo
1.
Presentación
El filósofo
costarricense Luis Diego Cascante ha publicado recientemente -en su blog Quodlibetales-
un texto sugerente. Se titula Del origen
biológico de la ética (https://luisdiegocascante.wordpress.com/2016/12/01/del-origen-biologico-de-la-etica/).
Ahí, el costarricense reconstruye y complementa la propuesta ética de Franz de
Waal (famoso etólogo y filósofo). Este propone una ética humanista y secular,
conectada con las teorías biológicas contemporáneas sobre el cerebro humano y
el comportamiento animal, todo enmarcado dentro de la amplia teoría de la
evolución biológica contemporánea.
La propuesta es fascinante y personalmente,
me siento inclinado en su favor. Con todo, creo localizar algunas dificultades
teóricas que tendrían que ser consistentemente resueltas por esta y otras
propuestas éticas semejantes (v.g. la de P. Singer, la de J. Mosterín o la de M.
Bunge).
Partiré de la reconstrucción del Cascante y
extractaré un brevísimo resumen. Le adicionaré algunas ideas propias. Para
diferenciarlas, presentaré las ideas de Cascante/De Waal en cursiva. Luego
presentaré de la forma lo más palpable posible las dificultades a las que
aludo.
2.
La propuesta
La moralidad es “consecuencia directa de las tendencias cooperativas que terminaron
siendo inevitables en gran cantidad de especies con el fin de sobrevivir de la
mejor manera. La moralidad “evolucionó para tratar con la comunidad en primer
lugar, y solo recientemente ha empezado a incluir a miembros de otros grupos, a
la humanidad en general y a los animales no humanos”.
La
moralidad sería el producto de capacidades/disposiciones comportamentales
(Popper) de los individuos. Los humanos, como otras especies, tienen -dentro de
su bagaje biológico de capacidades- disposiciones comportamentales. Estas son
aquellas tendencias/mecanismos mentales por los que se desarrollan ciertas
clases de comportamientos. Las capacidades comportamentales pueden o no desplegarse
en los individuos. Al tiempo, multitud de características de los
comportamientos de un individuo, estarán determinados por su medio social.
En otras palabras, las disposiciones o capacidades comportamentales son
potencialidades biológicas evolutivamente determinadas.
Este
mecanismo ético/biológico está constituido por tres niveles. En un primer nivel estarían los componentes básicos o sentimientos
morales como la empatía y la reciprocidad, la retribución, la resolución de
conflictos y el sentido de justicia, y es que “los mamíferos son sensibles a
las emociones ajenas y reaccionan ante los necesitados” (De Waal, p. 17). […] En
un segundo nivel, la presión de todos los miembros termina generando
comportamientos conforme a la expectativa de la comunidad. No hay una línea
divisoria entre las emociones humanas y animales, dice la neurociencia respecto
de la empatía. Esta fluye de cuerpo a cuerpo, como si se tratara de un canal
corporal de empatía. […] En un tercer nivel, la interiorización de las
necesidades y objetivos de los demás sobre los que se realizan juicios morales
frecuentemente reflexivos. Debatimos sobre nuestras decisiones morales. Un
rasgo distintivo de la moralidad humana es buscar los estándares universales
con un sistema elaborado de justificación, control y castigo (De Waal, p. 29).
Pero no se parte de cero racionalmente, sino que se recibe un fuerte empujón de
nuestro bagaje como animales sociales. Hay una preocupación comunitaria que
bien puede servir de signo para los cimientos de la moralidad más antigua de la
humanidad. Aunque habría que reconocer que la conciencia es, en el fondo, la
confluencia de diversas áreas cerebrales que permiten, entre otras cosas, las
interacciones sociales como entorno.
3.
Las
dificultades
3.1.
Como he dicho con anterioridad, soy afecto a
esta propuesta. Empero, vislumbro algunas dificultades ya no de índole ético,
sino meta-ético. Si las éticas humanistas seculares pretenden hacerle frente a
la embestida de los movimientos teóricos basados en presupuestos metodológicos
irracionalistas y/o en epistemologías y ontologías esencialistas, entonces han de
también desarrollar una meta-ética potente. Comencemos.
3.2.
Podemos distinguir tres grandes problemas de
la meta-ética o axiología teórica[1]:
(a)
El problema ontológico de los valores/deberes:
En su versión tradicional: ¿Existen los
Valores/deberes[2]
fundamentales? ¿Cuál es la o las características que los distinguen como
valores/deberes? (vid. Haba, E. P., Los
juicios de Valor; Hospers, J., La
conducta humana).
(b)
El problema epistemológico de los valores/deberes
En su
versión tradicional: ¿Podemos conocer los valores morales? ¿Cómo o mediante qué
fuentes del conocimiento podemos aprehenderlos o ubicarlos? ¿Cómo podemos
conocer (i.e. episteme) lo debido? (vid. Haba, E. P., Los juicios de Valor; Hospers, J., La conducta humana).
(c)
El problema de la justificación práctica de las
acciones/decisiones morales:
En su
versión tradicional: ¿Podemos justificar racionalmente la preferencia por
ciertas normas particulares o acciones? ¿Mediante que procedimiento podemos
llegar a una justificación definitiva? (vid. La síntesis de Ortiz-Millan, Las variedades de fundacionismo y
antifundacionismo ético: un mapa; Hospers, J., La conducta humana).
3.3.
Como vemos, la concepción presentada por
Cascante/De Waal parece que podría dar respuesta a los problemas (a) y (b). El
asunto es menos claro con respecto a (c). Veamos este asunto con detenimiento.
Preguntémonos, ¿cuál es la
estructura mínima de una justificación práctica? Comúnmente, se ha supuesto (de
forma más o menos explícita y más o menos precisa) que una justificación es
alguna clase de argumento o de argumentos. Si esto es así, una justificación
práctica sería una clase de argumento o de argumentos o, al menos, sería
posible reconstruirla como una clase de argumento o de argumentos. Las
justificaciones prácticas más o menos irían así:
Debemos justificar la siguiente
norma particular: En esta situación f,
debe hacerse x.
Justificación:
1.
Los actos α son buenos / deben cumplirse.
2.
Si se dan ciertas condiciones f, los actos x
pertenecen a α o permiten alcanzar α.
Por tanto, en esta situación f,
debe hacerse x. QED.
Algo más complicado es
establecer qué hay en α que lo hace una “razón para la acción” (RAZ), o sea,
una premisa de un argumento válido que es una justificación práctica. Algunas
meta-éticas han dicho: porque α logra o alcanza el Fin de la vida humana; otros
han señalado que α forma parte o está de acuerdo con la idea o principio del
Bien o de lo Justo. Aún otros han estado de acuerdo que α cumple con Lo Debido,
una Regla β, trascendental en la humanidad. En el caso de la teoría de De Waal,
la respuesta parecería ser porque ha sido
producido/determinado por ciertas disposiciones comportamentales que forman
parte de nuestro bagaje biológico.
Ahora, ¿qué elementos componen a
estas disposiciones comportamentales? Podríamos traer a colación sus
características descriptivas, naturales o mundanas. Podríamos repetir que son una
disposición mental. Si conocemos la teoría de la evolución darwiniana actual,
podríamos agregar que dichas disposiciones se han desarrollado a través de un
complicado y largo proceso de evolución de nuestras capacidades
comportamentales.
Sin embargo, apelando a esta clase
de respuestas se incurriría en una falacia naturalista (Hume-Moore) en la
justificación práctica. Formalmente, esta es una clase de falacia de
inatingencia, que consiste en establecer una conclusión que incluye un término
normativo teniendo como premisas enunciados descriptivos. Para evitar la
falacia, requerimos incluir un término normativo/axiológico en dichas premisas
(por ejemplo, una propiedad no-natural, a la G. E. Moore). A esta altura, el
asunto se está poniendo más complicado. Agreguemos otra vuelta de tuerca.
Siguiente problema: ¿qué es lo
que hace que no podamos considerar que un enunciado descriptivo es a su vez
normativo o que una explicación de un hecho-acción es a su vez una
justificación de ese hecho-acción? Por ejemplo, ¿por qué no podemos decir que
una descripción de los mecanismos biológicos que producen nuestros
comportamientos empáticos puede ser base suficiente en nuestro argumento para
justificar nuestras acciones?
Hay varias respuestas a tal pregunta. No
obstante, creo que (en la mayor parte de las ocasiones) se encuentra encriptada
-o más o menos oculta- una tesis ontológica:
lo normativo/axiológico es un proceso cuya determinación es radicalmente diversa
-en un nivel ontológico- a las determinaciones causales o mundanas. Llamémosle
a esta la tesis ontológica de la cesura
entre ser y deber ser.
Ampliemos un poco esta tesis. Para
ello, notemos que explicar hechos particulares consiste también en una clase de
argumentos en que se presenta las determinaciones reales entre el hecho
particular, otros hechos y/o regularidades de alguna clase. En cambio, debido a
la tesis ontológica de la cesura, la
justificación de una acción debe incluir al menos una premisa cuyo referente
sea totalmente diferente a los referentes de las premisas que forman parte de
los argumentos explicativos de hechos particulares. O sea, debe incluir alguna propiedad o entidad
no-natural, no mundana. Caso contrario, las premisas del argumento práctico no
justificarían normativamente, sólo explicarían una forma de determinación real
y estas son “determinaciones” diferentes.
Para empeorar el asunto, esta
dificultad en el problema de la justificación práctica parece contaminar las
soluciones a los otros dos problemas meta-éticos. Ahora ya no podemos quedar
satisfechos con la propuesta científica sobre la existencia en todos los
humanos de un mecanismo biológico, como solución al problema (a). Requerimos
agregar algún elemento extra-mundano, no natural o negar la existencia del
valor/lo debido. Por otro lado, si consideramos que el mundo y sus hechos se
explican mediante teorías empíricamente testables, entonces -al intentar solucionar
el problema (b)- nos topamos con un panorama igual de complicado: debemos, o
ubicar alguna clase de “conocimiento extra-empírico” que acceda a propiedades
extra-mundanas, o justificar -de alguna forma- que también mediante la testación
empírica podemos afirmar entidades o hechos no-naturales/extra-mundanos o negar
que pueda ser cognoscible algo así como los valores/los deberes.
Estas dificultades meta-éticas
fueron un pantano mortal para muchos pensadores de la primera mitad del siglo
XX. Aquellos afectos a la racionalidad empírica y las ciencias, terminaron
decantándose por meta-éticas radicalmente no-descriptivistas/no-objetivistas y
escépticas sobre la justificación práctica[3].
Y sin embargo, creo que son superables.
Pero esto quedará para otra ocasión.
[1] Esta formulación debe ser
problematizada y lo ha sido. Yo mismo tengo mi propia concepción de problemas
meta-éticos que considero genuinos. Empero, mantengo estos porque creo que,
tradicionalmente, ha estos se les ha dado respuesta en la filosofía.
[2] Hablamos aquí de valores
morales, estéticos, jurídicos e incluso epistémicos.
[3] B. Russell luchó toda su
vida con estos problemas, intentando armonizar sus presupuestos meta-teóricos y
su activa agencia política y ética. Sobre esto, ver el hermoso texto Bertrand
Russell: Moral Philosopher or Unphilosophical Moralist? de Charles R. Pigden
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