Alejandro
Guevara Arroyo
[1]
“Tres pasiones, simples, pero
abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda
del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad.
Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá,
por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde
mismo de la desesperación.
He
buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que
a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este
gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad, esa terrible
soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el
frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la
unión del amor he visto, en una miniatura mística, la visión anticipada del
cielo que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque
pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin-
he hallado.
Con
igual pasión he buscado el conocimiento. He deseado entender el corazón de los
hombres. He deseado saber por qué brillan las estrellas. Y he tratado de
aprehender el poder pitagórico en virtud del cual el número domina al flujo.
Algo de esto he logrado, aunque no mucho.
El
amor y el conocimiento, en la medida en que ambos eran posibles, me
transportaban hacia el cielo. Pero siempre la piedad me hacía volver a la
tierra. Resuena en mi corazón el eco de gritos de dolor. Niños hambrientos,
víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, carga odiosa para sus
hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo
que debería ser la existencia humana. Deseo ardientemente aliviar el mal, pero
no puedo, y yo también sufro.
Ésta
ha sido mi vida. La he hallado digna de vivirse, y con gusto volvería a vivirla
si se me ofreciese la oportunidad." escribió Bertrand Russell en el
prólogo a su Autobiografía.
Este año celebramos los 140
años del natalicio de este eminente filósofo, lógico matemático, político y
humanista. Bertrand Arthur William Russell, nació en el Reino Unido, en 1872. Perteneció a una alta familia aristocrática: su padre fue
vizconde de Amberley, su abuelo paterno primer Conde de Russell (título que
luego el propio Bertrand asumiría) y su abuelo materno segundo Barón de Stanley
de Aderley.
Sus
padres, unos libre-pensadores, murieron cuando Russell contaba pocos años.
Ellos dispusieron que el padrino de Bertrand, el eminente filósofo inglés J. S.
Mill (1806-1873), se encargara de su cuido y educación. Empero la abuela
Russell ganó su patria potestad en juicio, argumentando que una educación
cristiana y familiar era preferible para el niño.
Como
correspondía a alguien de la alta aristocracia inglesa, Bertrand fue educado
por tutores e institutrices que le brindaron una enseñanza tradicional. Por
esto, pronto dominó las lenguas clásicas, varios idiomas europeos, la historia
y la literatura occidental. Pero también fue un niño triste y melancólico,
acosado por la soledad, las dudas, las voces de escritores pasados y la
estricta moral victoriana.
Un encuentro crucial. Siendo un adolecente acaece un hecho determinante en
su vida intelectual. Su hermano Frank le presenta la geometría del gran
matemático Euclides. Bertrand entendió fácilmente los teoremas y definiciones. No
obstante, topó con un problema ¿por qué aceptar los axiomas sin demostración
alguna? “Bueno Bertrand”, expresó su hermano “debes aceptarlos pues debemos
partir de algún lugar para continuar con el resto de la geometría”.
Así fue como Russell descubrió su pasión por
las matemáticas y se convenció que a esto podía dedicar su vida y realizar
algún aporte. No estaba equivocado, pues precisamente Russell es el creador de
una de las construcciones matemáticas más importantes jamás erigida, al tiempo
que innovó la lógica. En cierto sentido, esto fue guiado por esa temprana
crítica que lo enfrentó con Euclides.
Russell y los germanos. Para inicios del siglo XX, Bertrand se encontraba ya
integrado al Trinity College de Cambridge, dedicado a las matemáticas y la
lógica. Fue entonces cuando leyó un pequeño libro que le habían obsequiado y
que tenía olvidado en su biblioteca, la Conceptografía
de un alemán poco conocido llamado Gottlob Frege (1848-1925).
Téngase
en cuenta que Russell detestaba la filosofía alemana, predominante en Europa
para entonces, y se había librado de ella como de una mala adicción. Este
movimiento filosófico era una mezcla variopinta de formas de idealismo y
subjetivismo. Para Russell, la mayor parte de los grandes filósofos germanos estaban
cargados de religiosidad acrítica y ahogados en errores ingenuos sobre las
ciencias y las matemáticas.
A
pesar de esa opinión sobre la filosofía alemana, Russell encontró genialidad en
los trabajos germanos dedicados a las matemáticas. Redescubrió a Leibniz
(1646-1716) y estudió a Cantor
(1845-1918). Con este último incluso mantuvo correspondencia, revelándosele
además lo excéntrico de la personalidad del famoso matemático. Para muestra un
botón. En sus ratos libres, Cantor intentaba demostrar que Shakespeare y
Francis Bacon eran la misma persona. En este contexto leyó a Frege y se
sorprendió de lo que descubrió.
Frege trabajaba
en lo mismo que él, pero iba mucho más avanzado: deseaba demostrar que toda la aritmética
podía reducirse a un sistema lógico axiomático. Si tal proyecto lograra
alcanzarse, significaría que la aritmética estaba fundada en la lógica. El
trabajo de Frege era complejo e innovador. Consecuentemente, los pensadores de
su época lo tenían más bien olvidado (“Creo que fui el primero en leerlo”, dice
Russell en su Retratos de memoria y otros
ensayos).
Frege
estaba culminando el trabajo de su vida, un gigantesco libro llamado Leyes básicas de la aritmética. El
primer tomo ya había sido publicado y el segundo estaba en prensa cuando
recibió una carta de Russell. El joven matemático había encontrado una
contradicción en su sistema. En un
sistema axiomático, la verdad de cada teorema depende estrictamente de los
axiomas, de los cuales aquellos deben ser deductivamente inferidos. Localizar
una contradicción invalida todo el sistema.
En
pocas palabras, la paradoja de Russell (como luego se le llamó) conllevaba un
golpe mortal al programa logicista de Frege. Con gran nobleza Frege aceptó el
error que poseía su obra magna y murió algunos años después, en 1925.
La
paradoja de Russell fue también una
dificultad grave para su autor. Según nos relata en su Autobiografía, Russell pasaba horas delante de un papel en blanco,
intentando infructuosamente solucionarla. Finalmente, durante los primeros años
de la década de 1910, apareció la titánica obra Principia Mathematica, redactada en conjunto con A. N. Whitehead (1861-1947). En este libro,
Bertrand creaba la teoría de tipos lógicos, por medio de la cual se supera la paradoja.
Nuevos rumbos. Luego
de este trabajo, un Russell exhausto abandonó en buena medida la investigación de
lógica matemática y se concentró en filosofía. La aguda mirada del filósofo
inglés pasó sobre la mayor parte de los problemas filosóficos importantes de su
época: comenzando en la epistemología y luego se extendió a muchas otras áreas
de especulación filosófica. Por esto, y por cambiar de opiniones con frecuencia
a través de su larga vida, un resumen de sus posiciones filosóficas es
impracticable.
En
cambio, es posible delinear su forma de hacer filosofía. Durante el invierno de
1921, en una pobre y derrotada Alemania, un joven universitario leyó el libro de
Russell Nuestro conocimiento del mundo
exterior como un campo para el método científico en filosofía, mientras se
recuperaba en cama de un resfriado. El nombre del joven era Rudolf Carnap (1891-1970), quien más adelante
en su vida sería uno de los más importantes filósofos de la ciencia del siglo.
Pero cuando leyó la obra de Russell, era apenas un estudiante universitario al
que rechazaban en física por ser demasiado filosófico y en filosofía por ser
demasiado científico.
En el
prólogo de ese libro, Russell habla sobre una forma analítica de hacer filosofía.
Según esta, los filósofos deben analizar, mediante la lógica y atendiendo a las
ciencias, problemas específicos y sus distintas soluciones, con el fin de
distinguir inferencias falaces, confusiones argumentativas y presupuestos
implícitos no problematizados.
Asimismo, deben ser descartados de la
filosofía supuestos científicamente anticuados sobre la realidad y barrer
aquellas teorías filosóficas que pretendan evitar la crítica mediante la
imprecisión o apelando a dogmas y autoridades. Los filósofos deben ser agudos
en el análisis de problemas específicos, científicamente informados y lo más
importante, su pensamiento debe ser indiferente a las autoridades. Toda idea
debe estar sometida a la crítica. “Sentí como si este llamamiento me hubiera
sido dirigido a mí personalmente. ¡Trabajar con este espíritu sería mi tarea
desde ahora en adelante!” dice Carnap en su autobiografía La filosofía de Rudolf Carnap. Este planteamiento de Russell influyó
de manera determinante también a muchos otros grandes filósofos del siglo XX.
El explorador
incansable. Russell vivió muchas
décadas dedicado a las matemáticas, la filosofía, la política y muchas otras cuestiones.
Durante su larga vida, tuvo una actitud específica ante
todos los problemas: la del crítico, la del libre pensador y, en suma, la del
racionalista. Todo
su esfuerzo intelectual consistió en negar las apelaciones a la confianza, la
intuición y la autoridad, como formas de fundamentar
las ideas y las teorías sobre cualquier tema: In all
things I have made the VOW to follow reason, dijo cuando era adolecente.
Russell tuvo una vida convulsa que lo llevó varias
veces a la cárcel, a que lo declararan indeseable y que lo expulsaran de alguna
universidad, acusado de pervertir a las juventudes con sus ideas sobre la moral.
Viajó por todo el mundo: fue de embajador a Rusia y se desencantó del
socialismo para siempre. Visitó el oriente donde enfermó gravemente y pasó
varias temporadas en América, Italia y otros países europeos. Se casó varias
veces y tuvo múltiples aventuras amorosas. Lo persiguieron por promover los
derechos civiles de las mujeres y por criticar a las religiones y a los
gobiernos de todas las ideologías. Ya anciano, aún se lo podía encontrar
marchando en alguna protesta a favor del desarme nuclear.
Con justicia es considerado el padre de la filosofía analítica y de la lógica contemporánea, de formas remozadas de empirismo y de criticismo racional y un defensor incansable de causas políticas y morales, hasta el final de sus días, a la muy avanzada edad de los 98 años.
Con justicia es considerado el padre de la filosofía analítica y de la lógica contemporánea, de formas remozadas de empirismo y de criticismo racional y un defensor incansable de causas políticas y morales, hasta el final de sus días, a la muy avanzada edad de los 98 años.
[1]
Esta es una versión ampliada del texto publicado en la revista Áncora del
periódico La Nación, el día 3 de junio del 2012. Ese texto se intituló
“Russell, explorador del conocimiento” (visible en la dirección
http://www.nacion.com/2012-06-03/Ancora/russell---explorador-del-conocimiento.aspx).
Áncora es hasta el día de hoy, un espacio inusual en el medio costarricense, en
donde se publican para el gran público materiales sobre ciencia, filosofía y
artes. Es dirigido y editado de forma impecable por Víctor Hurtado Oviedo.
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