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domingo, 29 de junio de 2014

El padre del Círculo de Viena:120 años del nacimiento del nacimiento de Moritz Schlick

Alejandro Guevara Arroyo[1] 
Porque estoy convencido de que nos encontramos ahora en un punto de viraje en la filosofía y que estamos justificados objetivamente para considerar que ha llegado el final de los inútiles conflictos entre sistemas. […][N]o hay, pues, otra prueba y confirmación de la verdades que no sea la observación y la ciencia empírica. Toda ciencia,..., es un sistema de conocimientos, esto es, de proposiciones empíricas verdaderas. Y la totalidad de las ciencias, con inclusión de los enunciados de la vida diaria, es el sistema de los conocimientos. No hay, además de él, ningún dominio de las verdades ‘filosóficas’. La filosofía no es un sistema de proposiciones, no es una ciencia.[…] Pronto, ya no será necesario hablar de “problemas filosóficos”, porque se hablará filosóficamente sobre todos los problemas, es decir, con claridad y con sentido. Estas optimistas palabras las escribió el filósofo de la ciencia y fundador del Círculo de Viena Moritz Schlick en su El viraje de la filosofía.
Primeros años. Friedrich Albert Moritz Schlick, nació el 14 de abril de 1882 en Berlín, Alemania. Provenía de una familia con amplios recursos económicos y estudió física en la Universidad de Berlín[2]. Se instruyó en las teorías físico-matemáticas más modernas de su tiempo y realizó su tesis doctoral con Planck, sobre un tema novedoso: La reflexión de la luz en un medio no homogéneo (1904). Además, estudió profundamente la teoría de la relatividad de Albert Einstein  y la analizó tempranamente desde puntos de vista filosóficos[3]
En el año de 1922, es nombrado para desempeñar un puesto novedoso y en la Universidad de Viena: la cátedra de filosofía de las ciencias inductivas. El fundador de la cátedra había sido nada menos que el gran físico Ernst Mach y sus sucesores fueron, respectivamente, los también físicos L. Boltzman y A Stöhr. Lo mismo le sucedió a Schlick, quien llegó a la filosofía desde las ciencias naturales y continuó la larga tradición empirista que se había desarrollado en la cátedra[4]. Desde ese momento y hasta su muerte, el futuro líder del Círculo de Viena se dedicó a la actividad docente en esta universidad.
Su primer libro publicado fue una obra de ética hedonista: La sabiduría de la vida de 1908. Luego de esto, vuelca su actividad intelectual sobre la epistemología  (Teoría general del Conocimiento  del 1925) aunque no abandona totalmente el estudio de los temas axiológicos.
El Círculo de Viena y la concepción científica del mundo. A diferencia de sus predecesores en la cátedra, Moritz Schlick poseía también un gran conocimiento en filosofía. Pronto, alrededor de Schlick se acercaron muchos pensadores con inclinaciones filosóficas similares a las suyas. Estos estudiosos provenían de áreas intelectuales variopintas.
 Para inicios de los años 20, el grupo estaba conformado por el sociólogo Otto Neurath, los físicos Herbert Feigl y Rudolf  Carnap, el matemático Hans Hahn, el historiador Victor Kraft y el prominente alumno de Schlick, Friedrich Waissman. También los visitan o mantienen intercambio intelectual con H. Reinchenbach, K. R. Popper, K. Gödell y W. V. Quine, entre otros grandes filósofos de la ciencia y de la lógica-matemática.
También, el año de 1924, Waissmann y Schlick entraron en contacto con Ludowig Wittgenstein[5], de cuya obra –su Tractatus Logicophilosophico (publicado dos años antes)-  Schlick se encontraba profundamente influenciado.
 Durante estos años, el  Círculo de Viena realizó sus famosas reuniones de los jueves en la noche, un instituto cercano a la Universidad. Según recuerda un visitante ocasional del Círculo, el inglés A. J. Ayer en su Parte de mi vida, la disposición de los integrantes era la siguiente: a un extremo de la mesa de reunión se sentaba Neurath, al otro extremo Schlick y en el centro Carnap. El resto de los invitados se situaban en posiciones varias. Parece que esta disposición era una especie de metáfoca de sus posiciones a lo interno del propio Círculo. Durante estos encuentros, que se extendieron por casi una década, se construyó toda una nueva corriente filosófica: el Empirismo Lógico.
En el año de mil novecientos veintinueve, se presentaron como grupo en el ‘Congreso de la Sociedad Alemana de Física y de la Asociación de Matemáticos Alemanes’. Además, junto con la Sociedad de Filosofía Empírica de Berlín, organizaron varios congresos dedicados a la epistemología de la ciencia.
El grupo desarrolló una nueva filosofía que se consideraba legataria del empirismo inglés clásico, de la ilustración y con todos aquellos movimientos filosóficos que intentan estudiar la naturaleza terrenal, el aquí y ahora (parafraseando al manifiesto del Círculo La concepción científica del mundo). En cambio, estaban opuestos al pensamiento teologizante y dogmático que veían avanzar por el mundo germano-hablante.
El grupo se consideró legatario del empirismo inglés clásico, de la Ilustración y de todos aquellos movimientos filosóficos que intentan estudiar la naturaleza terrenal (“el aquí y ahora”). En  cambio, estaban opuestos al pensamiento teologizante y dogmático que veían avanzar por el mundo  germano-hablante.
Por otro lado, afirmaron que dos eran los determinantes principales de su concepción: por un lado, una visión empírica del conocimiento y por otro lado, el uso del análisis lógico, desarrollado por Russell, Whitehead y Wittgenstein durante las primeras dos décadas del siglo XX.
Así, para el Círculo, la filosofía es más una actividad que un producto, mediante el cual se intenta analizar lógicamente las propias presentaciones de las teorías (filosóficas o científicas) y sus problemas, con vistas en detectar pseudo-problemas. Frente a la filosofía tradicional, que se preocupa sobre la existencia de la entelequia o el fundamento último del mundo, el neo-empirismo preguntaba “¿qué quieres decir con esos enunciados?”. Según los empiristas lógicos, si se analizaban los enunciados metafísicos, se encontraría en último término: o que son enunciados sintácticamente mal conformados (v.g. cesar es un número primo) o que sus conceptos no pueden ser verificados, esto es, de ellos no se puede tener una experiencia intersubjetiva. Esto los transformaba en conceptos sin-sentidos, equivalentes a meras expresiones emocionales.
Con esta navaja intelectual en sus mentes, el Círculo de Viena emprendió una crítica implacable contra multitud de corrientes germanas de pensamiento. Las principales tesis del idealismo neo-kantiano y hegeliano y de la filosofía de Martín Heiddeger fueron analizadas y desechadas como  metafísica carente de sentido. Para lograr difundir sus ideas, utilizaron la revista de Schlick llamada Erkenntnis (Conocimiento).
En el año de 1929, Schlick partió a la Universidad de Stanford California como profesor invitado. Al regresar fue recibido por un manifiesto escrito por Carnap, Hahn y Neurath, intitulado La concepción científica del Mundo – El Círculo de Viena, dedicado a Schlick “en señal de agradecimiento y de alegría por su permanencia en Viena”. Durante los años siguientes, el Círculo realizó varios congresos internacionales en asociación con otros grupos de filósofos y científicos, en busca de concretar su gran programa de Ciencia Unificada.
Pero los tiempos se complicaban para el mundo germano. La República democrática de Weimar fracasó y fue sustituida por el autoritarismo. En 1934 el nazismo asciende al poder y en 1938 Austria cae ante su máquina militar. Multitud de científicos huyen de la guerra y de la persecución a la que se vieron sometidos. El Círculo de Viena, junto con otros filósofos de la ciencia amigables al racionalismo y a la crítica, se desbanda por todo el mundo. Irónicamente, M. Heidegger -el viejo enemigo intelectual del Círculo- es nombrado rector de la Universidad de Friburgo en 1933 (aunque renuncia al cargo algunos años después).
            Últimos años de Schlick. Los integrantes del Círculo de Viena se retiraron de la ciudad que le daba nombre al grupo: Feigel partió en 1931 hacia Iowa –Estados Unidos-, lugar en que se le ofreció una cátedra; también R. Carnap viajó a América, donde se le nombró doctor honoris causa en la Universidad de Harvard; Waissmann y Neurat migraron a Inglaterra y dieron clases en Cambridge.
El único que se queda en Austria fue quien fundó el Círculo de Viena: Moritz Schlick. Durante estos años, el filósofo y científico vienés perseveró con sus clases, su filosofía y sus escritos. En 1935, Schlick recibe la visita de su ex-colega Herbert Feigel. Tiempo después, Feigl relataría que durante la visita de 1935, Schlick expresó su consternación por los actos y decisiones del régimen nazi alemán. Probablemente, Schlick fue políticamente un liberal moderado.
El 22 de junio de 1936, Moritz Schlick salió de su domicilió y tomó dirección a la Universidad de Viena: debía impartir una clase. Al subir las escaleras universitarias, el profesor fue interceptado por  Johan Nelböck, un ex-alumno demente que se había obsesionado con la idea de que Schlick le había  arruinado la vida. Nelböck dispara dos veces contra Schick; el filósofo muere pronto en las gradas de su universidad.
Nelböck es juzgado por homicidio. Empero, la prensa y los medios oficiales corren el rumor de que Schlick era judío. La opinión pública se vuelca a favor del asesino y lo ensalza como un luchador en contra de los enemigos de la nación. Aunque el tribunal penal declara a Nelböck culpable del crimen, agrega que no merece pena alguna y es liberado bajo palabra. A los meses, el asesino se une al partido nazi austriaco.
Poco tiempo después de la muerte de Schlick, la cátedra de filosofía de las ciencias inductivas de la Universidad de Viena es clausurada. Luego, el régimen prohibe las obras del Círculo de Viena.
Pero la concepción científica de la filosofía no murió. Gracias a la actividad de los filósofos que migraron fuera del mundo germano, sus ideas se extendieron y se cultivaron por multitud de seguidores extranjeros. Sus ex-integrantes continuaron filosofando, aunque corrigieron y modificaron muchas de sus posturas iniciales. No obstante, mantuvieron invariable su defensa de una filosofía científica fundamentalmente empirista y ocupada en analizar teorías científicas y filosóficas..



[1] Esta es una versión ampliada de un artículo publicado en el 2012 en la revista Áncora del periódico La Nación. No obstante, no he podido recuperar la versión en digital. Mayor razón para presentarlo en este espacio.
[2] El País. Moritz Schlick y el Círculo de Viena, Manuel Casal Fernández. El País, 29 de marzo del 2008. [http://www.elpais.com/articulo/cultura/AUSTRIA/Moritz/Schlick/Circulo/Viena/elpepicul/19820415elpepicul_1/Tes]. También: [http://es.wikipedia.org/wiki/Moritz_Schlick] donde se observan los datos más básicos de su vida. Curiosamente, en los textos dedicados a la historia del Círculo de Viena, no se encuentran muchos de estos elementos biográficos breves pero necesarios que sí aparecen en esta dirección electrónica.
[3]Kraft, Victor. El Círculo de Viena, traducción al español de Francisco Gracia. Taurus, Madrid, 1966. Cap. I, intitulado: Historia del Círculo de Viena. Véase también [http://es.wikipedia.org/wiki/Moritz_Schlick]
[4] Kraft, Victor. El Círculo de Viena, traducción al español de Francisco Gracia. Taurus, Madrid, 1966. Cap. I, intitulado: Historia del Círculo de Viena. El fundador de la cátedra fue Ernst Mach, quien ocupo el cargo hasta 1901, fue físico. Posteriormente, el puesto fue asumido por L. Boltzmann  y luego por Adolf Stöhr, ambos físicos prominentes.
[5] Malcolm, Norman. X. En especial Cap X. Véase también, Pitkin, H.F. Wittgenstein: El lenguaje, la política y la Justicia. Sobre el significado de Ludwig Wittgenstein para el pensamiento social político. Introducción y traducción por Ricardo Montoro Romero. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid, 1984.  En particular el Cap. II, intitulado: Dos Visiones del Lenguaje de Wittgenstein. También Kraft, X. 

viernes, 27 de junio de 2014

A 140 cuarenta años de Bertrand Russell: la búsqueda por el conocimiento

Alejandro Guevara Arroyo
[1]
 “Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación.
He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad, esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura mística, la visión anticipada del cielo que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin- he hallado.
Con igual pasión he buscado el conocimiento. He deseado entender el corazón de los hombres. He deseado saber por qué brillan las estrellas. Y he tratado de aprehender el poder pitagórico en virtud del cual el número domina al flujo. Algo de esto he logrado, aunque no mucho.
El amor y el conocimiento, en la medida en que ambos eran posibles, me transportaban hacia el cielo. Pero siempre la piedad me hacía volver a la tierra. Resuena en mi corazón el eco de gritos de dolor. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, carga odiosa para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Deseo ardientemente aliviar el mal, pero no puedo, y yo también sufro.
Ésta ha sido mi vida. La he hallado digna de vivirse, y con gusto volvería a vivirla si se me ofreciese la oportunidad." escribió Bertrand Russell en el prólogo a su Autobiografía.

   Este año celebramos los 140 años del natalicio de este eminente filósofo, lógico matemático, político y humanista. Bertrand Arthur William Russell, nació en el Reino Unido, en 1872. Perteneció a una alta familia aristocrática: su padre fue vizconde de Amberley, su abuelo paterno primer Conde de Russell (título que luego el propio Bertrand asumiría) y su abuelo materno segundo Barón de Stanley de Aderley. 
Sus padres, unos libre-pensadores, murieron cuando Russell contaba pocos años. Ellos dispusieron que el padrino de Bertrand, el eminente filósofo inglés J. S. Mill (1806-1873), se encargara de su cuido y educación. Empero la abuela Russell ganó su patria potestad en juicio, argumentando que una educación cristiana y familiar era preferible para el niño.
 Como correspondía a alguien de la alta aristocracia inglesa, Bertrand fue educado por tutores e institutrices que le brindaron una enseñanza tradicional. Por esto, pronto dominó las lenguas clásicas, varios idiomas europeos, la historia y la literatura occidental. Pero también fue un niño triste y melancólico, acosado por la soledad, las dudas, las voces de escritores pasados y la estricta moral victoriana.
  Un encuentro crucial. Siendo un adolecente acaece un hecho determinante en su vida intelectual. Su hermano Frank le presenta la geometría del gran matemático Euclides. Bertrand entendió fácilmente los teoremas y definiciones. No obstante, topó con un problema ¿por qué aceptar los axiomas sin demostración alguna? “Bueno Bertrand”, expresó su hermano “debes aceptarlos pues debemos partir de algún lugar para continuar con el resto de la geometría”.
 Así fue como Russell descubrió su pasión por las matemáticas y se convenció que a esto podía dedicar su vida y realizar algún aporte. No estaba equivocado, pues precisamente Russell es el creador de una de las construcciones matemáticas más importantes jamás erigida, al tiempo que innovó la lógica. En cierto sentido, esto fue guiado por esa temprana crítica que lo enfrentó con Euclides.
  Russell y los germanos. Para inicios del siglo XX, Bertrand se encontraba ya integrado al Trinity College de Cambridge, dedicado a las matemáticas y la lógica. Fue entonces cuando leyó un pequeño libro que le habían obsequiado y que tenía olvidado en su biblioteca, la Conceptografía de un alemán poco conocido llamado Gottlob Frege (1848-1925).
  Téngase en cuenta que Russell detestaba la filosofía alemana, predominante en Europa para entonces, y se había librado de ella como de una mala adicción. Este movimiento filosófico era una mezcla variopinta de formas de idealismo y subjetivismo. Para Russell, la mayor parte de los grandes filósofos germanos estaban cargados de religiosidad acrítica y ahogados en errores ingenuos sobre las ciencias y las matemáticas.
  A pesar de esa opinión sobre la filosofía alemana, Russell encontró genialidad en los trabajos germanos dedicados a las matemáticas. Redescubrió a Leibniz (1646-1716)  y estudió a Cantor (1845-1918). Con este último incluso mantuvo correspondencia, revelándosele además lo excéntrico de la personalidad del famoso matemático. Para muestra un botón. En sus ratos libres, Cantor  intentaba demostrar que Shakespeare y Francis Bacon eran la misma persona. En este contexto leyó a Frege y se sorprendió de lo que descubrió.
  Frege trabajaba en lo mismo que él, pero iba mucho más avanzado: deseaba demostrar que toda la aritmética podía reducirse a un sistema lógico axiomático. Si tal proyecto lograra alcanzarse, significaría que la aritmética estaba fundada en la lógica. El trabajo de Frege era complejo e innovador. Consecuentemente, los pensadores de su época lo tenían más bien olvidado (“Creo que fui el primero en leerlo”, dice Russell en su Retratos de memoria y otros ensayos).
  Frege estaba culminando el trabajo de su vida, un gigantesco libro llamado Leyes básicas de la aritmética. El primer tomo ya había sido publicado y el segundo estaba en prensa cuando recibió una carta de Russell. El joven matemático había encontrado una contradicción en su sistema. En un sistema axiomático, la verdad de cada teorema depende estrictamente de los axiomas, de los cuales aquellos deben ser deductivamente inferidos. Localizar una contradicción invalida todo el sistema.
  En pocas palabras, la paradoja de Russell (como luego se le llamó) conllevaba un golpe mortal al programa logicista de Frege. Con gran nobleza Frege aceptó el error que poseía su obra magna y murió algunos años después, en 1925.
La paradoja de Russell fue también una dificultad grave para su autor. Según nos relata en su Autobiografía, Russell pasaba horas delante de un papel en blanco, intentando infructuosamente solucionarla. Finalmente, durante los primeros años de la década de 1910, apareció la titánica obra Principia Mathematica, redactada en conjunto con A. N. Whitehead (1861-1947). En este libro, Bertrand creaba la teoría de tipos lógicos, por medio de la cual se supera la paradoja.
 Nuevos rumbos. Luego de este trabajo, un Russell exhausto abandonó en buena medida la investigación de lógica matemática y se concentró en filosofía. La aguda mirada del filósofo inglés pasó sobre la mayor parte de los problemas filosóficos importantes de su época: comenzando en la epistemología y luego se extendió a muchas otras áreas de especulación filosófica. Por esto, y por cambiar de opiniones con frecuencia a través de su larga vida, un resumen de sus posiciones filosóficas es impracticable.
    En cambio, es posible delinear su forma de hacer filosofía. Durante el invierno de 1921, en una pobre y derrotada Alemania, un joven universitario leyó el libro de Russell Nuestro conocimiento del mundo exterior como un campo para el método científico en filosofía, mientras se recuperaba en cama de un resfriado. El nombre del joven era Rudolf Carnap (1891-1970), quien más adelante en su vida sería uno de los más importantes filósofos de la ciencia del siglo. Pero cuando leyó la obra de Russell, era apenas un estudiante universitario al que rechazaban en física por ser demasiado filosófico y en filosofía por ser demasiado científico.
  En el prólogo de ese libro, Russell habla sobre una forma analítica de hacer filosofía. Según esta, los filósofos deben analizar, mediante la lógica y atendiendo a las ciencias, problemas específicos y sus distintas soluciones, con el fin de distinguir inferencias falaces, confusiones argumentativas y presupuestos implícitos no problematizados.
   Asimismo, deben ser descartados de la filosofía supuestos científicamente anticuados sobre la realidad y barrer aquellas teorías filosóficas que pretendan evitar la crítica mediante la imprecisión o apelando a dogmas y autoridades. Los filósofos deben ser agudos en el análisis de problemas específicos, científicamente informados y lo más importante, su pensamiento debe ser indiferente a las autoridades. Toda idea debe estar sometida a la crítica. “Sentí como si este llamamiento me hubiera sido dirigido a mí personalmente. ¡Trabajar con este espíritu sería mi tarea desde ahora en adelante!” dice Carnap en su autobiografía La filosofía de Rudolf Carnap. Este planteamiento de Russell influyó de manera determinante también a muchos otros grandes filósofos del siglo XX.
El explorador incansable. Russell vivió muchas décadas dedicado a las matemáticas, la filosofía, la política y muchas otras cuestiones. Durante su larga vida, tuvo una actitud específica ante todos los problemas: la del crítico, la del libre pensador y, en suma, la del racionalista. Todo su esfuerzo intelectual consistió en negar las apelaciones a la confianza, la intuición y la autoridad, como formas de fundamentar las ideas y las teorías sobre cualquier tema: In all things I have made the VOW to follow reason, dijo cuando era adolecente.
Russell tuvo una vida convulsa que lo llevó varias veces a la cárcel, a que lo declararan indeseable y que lo expulsaran de alguna universidad, acusado de pervertir a las juventudes con sus ideas sobre la moral. Viajó por todo el mundo: fue de embajador a Rusia y se desencantó del socialismo para siempre. Visitó el oriente donde enfermó gravemente y pasó varias temporadas en América, Italia y otros países europeos. Se casó varias veces y tuvo múltiples aventuras amorosas. Lo persiguieron por promover los derechos civiles de las mujeres y por criticar a las religiones y a los gobiernos de todas las ideologías. Ya anciano, aún se lo podía encontrar marchando en alguna protesta a favor del desarme nuclear.
 Con justicia es considerado el padre de la filosofía analítica y de la lógica contemporánea, de formas remozadas de empirismo y de criticismo racional y un defensor incansable de causas políticas y morales, hasta el final de sus días, a la muy avanzada edad de los 98 años.



[1] Esta es una versión ampliada del texto publicado en la revista Áncora del periódico La Nación, el día 3 de junio del 2012. Ese texto se intituló “Russell, explorador del conocimiento” (visible en la dirección http://www.nacion.com/2012-06-03/Ancora/russell---explorador-del-conocimiento.aspx). Áncora es hasta el día de hoy, un espacio inusual en el medio costarricense, en donde se publican para el gran público materiales sobre ciencia, filosofía y artes. Es dirigido y editado de forma impecable por Víctor Hurtado Oviedo.

martes, 10 de junio de 2014

Ficción: de Federico y dos griegos


Alejandro Guevara Arroyo
  



Ante una poblada multitud, un joven proclamó: “En algún punto perdido del universo, cuyo resplandor se extiende a innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue aquél el instante más mentiroso y arrogante de la historia universal”. Calló, satisfecho y todos aplaudieron.
            No muy lejos de ahí, dos ancianos envueltos en sábanas lo escucharon. Ya enfadado, uno de ellos dijo en voz baja: “Muy exagerado ese joven, con eso de que la creación del conocimiento fue el instante más mentiroso y arrogante. Al fin y al cabo, ya hace dos milenios que aclaré que en <<cuanto a la verdad segura, ningún hombre la ha conocido. Ni la conocerá; ni sobre los dioses, Ni sobre todas las cosas de las que hablo. […] Pues todo es una maraña de conjeturas>>. Nuestro conocimiento no es mucho más. Lo cual tampoco está tan mal, <<pues en el transcurso del tiempo, a través de la búsqueda las personas hallan lo mejor>>.       
       “Y para esta búsqueda <<no sólo ahora sino en todo tiempo, [yo personalmente] estoy dispuesto a obedecer, no a nadie de los nuestros, sino a la razón [...] que se me presente como la mejor>> y de seguro que muchos otros también (aunque no sé si ese del púlpito atenderá a razones)  respondió el viejo que tenía al lado. Agregó: “no veo qué de mentiroso tiene todo esto. En cuanto a lo de la arrogancia, ese de la plaza me lo parece mucho más. Yo por mi parte, puede que sea « más sabio que ese hombre: es verdad que ninguno de los dos sabemos de nada [cierto y seguro]. Pero él supone que sabe algo, y sin embargo no sabe nada. Es cierto que yo tampoco sé nada; pero no pretendo saber nada».
            Los ancianos se alejan de la plaza que sigue abarrotada de gente en torno al disertante.

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[1] Los textos los he extractado de forma totalmente libre de: Jenófanes, DK, B 18 y 34; Sócrates, Critón y Apología (ambos citados por Popper con frecuencia) y Nietzsche, tal y como lo cita Foucault en La verdad y las formas jurídicas, conferencia primera). Sobra decir que he interpretado los textos tal y como mejor me ha convenido. Consecuentemente, no sé si estas son citas histórico-exegéticamente adecuadas sobre las filosofías de dichos pensadores. Tampoco creo que importe demasiado, pues sólo quería representar una ficción.