Alejandro
Guevara Arroyo
El filósofo del derecho y penalista costarricense Minor
E. Salas, en un artículo intitulado “Theatrum Horroris: Nacimiento del derecho penal como espectáculo” (en: Cuadernos de Doctrina y
Jurisprudencia Penal – Casación. Años VI/VII–N. 6/7-2006/2007.
Buenos Aires: 2008), establece una peculiar conjetura histórica sobre un
fenómeno propio de la aplicación Estatal de las brutales penas corporales.
Estas han acompañado la historia de occidente desde la antigüedad y hasta la
temprana contemporaneidad, pasando por el Medioevo y la modernidad cristiana.
Concentrándose en estos últimos períodos, Salas apunta que las penas corporales
aplicadas en espacios públicos (v.g. plazas) fascinaban a las multitudes,
quienes se reunían para presenciar el sufrimiento personal de individuos a los
que no conocían y con los que no tenían nada que ver.
Desde hace mucho tiempo, tanto los
penalistas como las autoridades estatales y el ciudadano común, defienden la
tesis que las penas tienen tanto un fin (valor) como una función (real)
preventivas del delito (posición general que, por otra parte, ha tendido a ser
desmentida también por la criminología). No obstante, según se desprende de los
múltiples e impresionantes ejemplos históricos documentados por Salas, en el
caso de la aplicación pública de las severas penas corporales -por lo demás,
una desgracia privada para el condenado- por lo menos una de sus funciones reales
y normales, fue el macabro entretenimiento
que significaba para las muchedumbres. Empero, hoy día ya no existe esta forma
de penalización y el Estado mantiene escondidos a los delincuentes en las
cárceles.
Me gustaría presentar una sencilla hipótesis sobre un tema relacionado aunque
diferente: la insistencia de muchos noticieros y periódicos costarricenses en
atragantar al público con desgracias privadas posee una semejanza estructural
notable con el fenómeno socio-histórico ya comentado sobre las penas corporales
como mero espectáculo. Nótese el bajo valor informativo de las constantes
reseñas sobre la agresión sufrida por fulano o el accidente automovilístico en
que participaron tal o cual personaje. No nos permite tomar posición sobre
medidas idóneas para solucionar algún problema estatal o social general, sea
nacional o internacional. No explica las consecuencias o causas de algún
fenómeno problemático, sea de las esferas social o natural. Alguien podría replicar, quizá, que el ver
constantemente a quién fue asesinado y a quién arrestó el OIJ nos permite
inferir las dificultades generales en seguridad ciudadana que sufren algunas
regiones del país. Sin embargo, respondo: eso no es lo que se presenta en los
reportajes o reseñas (si aparece tal cuestión, apenas lo hace como un sucedáneo
o mediante algún extraviado comentario de cierto desinformado penalista litigante).
No. Esta última tesis no parece obliterar lo que he
afirmado. Otra luz se nos presenta, si contemplamos la marejada indiscriminada
de ‘sucesos’ que se exhiben como una forma de entretener, como un Theatrum
horroris. Aquí, en la relación de los noticieros y ciertos periódicos
patrios con su público, lo relevante parece ser recrearse con el espectáculo de
la desgracia privada. Las mentes permanecen dormidas y el desarrollo enterado
de opiniones sobre problemas generales estancado. Después de todo, ya cada
quien tiene sus dificultades personales ¿Qué importancia tiene entender las
causas y problemas de la crisis económica que se desarrolla en Europa o lo que
implica que uno de los principales candidatos republicanos en Estados Unidos
afirme que la ciencia es una patraña y que el Sol gira alrededor de la Tierra?
Son cosas lejanas. Mejor un accidente en motocicleta ocurrido en Pavas. ¿Para
qué contemplar las posiciones de los agentes que forman parte de los conflictos
laborales en las piñeras de Costa Rica o el desarrollo y orígenes del actual
problema de la CCSS? Que me importan a mí esas cosas. Mejor es la imagen de las
autoridades policiales despedazando el portón de la casa de un x personaje en Limón. Se busca así, el
placer voyeur de contemplar las vidas
privadas de otras personas, en especial si sufren.
Algunos noticieros son tan obstinados en su plan de
recetar sucesos a sus televidentes, que los distribuyen durante toda la
programación, de forma que uno ni siquiera puede seleccionar las pocas noticias
relevantes. Si por casualidad se excluye la mención de desgracias, normalmente
se substituye por alguna historia de la buena vida de b persona. Más vouyerismo.
En síntesis: he argumentado a favor de la hipótesis de
una semejanza relevante entre la pena corporal pública como espectáculo, propia
del occidente de tiempos pretéritos, y la insistente y todo abarcante presentación
de ‘sucesos’ en noticieros y algunos periódicos nacionales: la desgracia personal y privada como
espectáculo para las masas. Debo agregar que considero dis-valiosa tal
forma de espectáculo, bastante desaparecida de los telediarios de otras
latitudes (v.g. Deusche-Welle o TV española). Reitero que impide o estorba la
posibilidad de que el ciudadano se informe sobre acontecimientos o problemas
que sí son de importancia, tanto para
su vida en su correlación con otras personas como para su participación en la
sociedad de la que forma parte. Esto último, ayudar con el Sapere aude (atrévete a pensar) de Kant, es lo que debería
considerarse valioso en los medios de comunicación de una sociedad que pretenda
ser educada y con miras en ciudadanos responsables y sensatos. Para el
individuo, el camino es quizá más sencillo: no comprar ciertos diarios y apagar
el televisor.