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sábado, 11 de enero de 2014

De los buenos gobernantes a las buenas soluciones

Alejandro Guevara Arroyo


 Hacia 1943, K. R. Popper [1902-1994] publicó dos voluminosos tomos sobre un tema lejano a las materias que ya por aquellos años le habían brindado algún reconocimiento académico. El libro en cuestión se intituló “La sociedad abierta y sus enemigos” y presentaba un amplio análisis crítico de ciertas filosofías políticas y de varios de los más grandes filósofos políticos de la historia occidental. “Los grandes hombres puede cometer grandes errores y (…) algunas de las celebridades más ilustres del pasado llevaron un permanente ataque contra la libertad y la razón”. El deseo de Popper fue el evidenciar los errores de tales teorías y mostrar cómo, incluso aquellas que no lo pretendían, contenían elementos que muy pronto llevaban a formas de totalitarismo dictatorial. Así, somete a Platón, a Aristóteles, a Hegel y a Marx (o por lo menos al llamado ‘marxismo científico’) a una potente batería de críticas.
No es mi intención aquí defender o defenestrar, en todo o en parte, esa obra de Popper. En cambio, deseo rescatar una idea puntual que considero de mucha importancia en el análisis político. Y es la siguiente. A partir de Platón, en la política se encuentran obsesionados con solucionar el problema ¿quién es el mejor gobernante-soberano?, presuponiendo que una vez solucionado esto se obtendrá un justo camino para cualquiera desarrollo político y el respectivo avance social. De tal forma, se ha dicho que el más sabio debe gobernar; o mejor toda la ciudadanía. O quizá sea la nación la que puede y debe brindar el recto camino y si no es esta, pues entonces deben ser los proletarios una vez se hayan liberado de la opresión capitalista. O a lo mejor una opción totalmente diferente: Dios es el mejor gobernante y la soberanía descansa en sus representantes en esta tierra (esta respuesta fue explícitamente defendida por el ayatola Khoemini como justificación de la república Islamista de Irán). O unos u otros. Pero alguien debe ser el correcto dirigente, el líder. Aquel que mostrará el mejor y justo camino hacia una vida libre desgracias. Y esta idea no solo se encuentra entre los grandes académicos, sino que está calada en la opinión regular de las personas de toda estirpe.
Lo que aquí quiero decir es sencillamente lo siguiente: tal doctrina parte de un problema que es tanto falso como perjudicial. Esa búsqueda del correcto gobernante debería dejar de dominar al pensamiento académico y político-social y ser sustituida por dos preguntas más concretas: La primera fue la específica sustitución que propuso Popper: ¿En qué forma deben organizarse las instituciones políticas para que los malos gobernantes no hagan mucho daño? (sobre el que referiré en otra oportunidad). Una vez solucionado esto, tenemos la cuestión de cómo lograr un buen gobierno. Pero aquí debemos atender al siguiente problema.
El segundo problema es, ¿cuáles son –o pueden ser- las soluciones adecuadas a los problemas sociales que nos afligen (y cómo evaluarlas)? (este es también parte de las consideraciones del mismo pensador austriaco, y, por así decirlo, la otra cara de la moneda de la deconstrucción crítica del problema del buen gobernante). En síntesis: el primero se preocupa por el problema de los gobernantes y el segundo, por el problema de la política.
Quizá no resulte impactante de entrada tal planteamiento, pero un ejemplificación puede mostrarnos la diferencia radical. Mientras que desde la perspectiva tradicional el análisis de la situación política de un país se enfoca casi exclusivamente en los políticos de turno y, si las cosas no van bien, busca un gran líder que saque al país de sinuosas dificultades (el caudillo carismático tantas veces visto en Latinoamérica y otras partes del mundo sub-desarrollado durante el siglo XX), la segunda posición se preocupa por encontrar los problemas y soluciones concretas y las formas de evaluar sus características y su idoneidad. Quién señale las críticas y defienda ciertas soluciones importa poco. Lo relevante son las críticas y las soluciones, ellas mismas.
Como dije, creo que el problema del buen gobernante es tanto falso como perjudicial. En primer lugar, es una posición falsa, según lo que se sabe de las personas y nos ha ejemplificado la historia en tantas ocasiones. Aquí no presento un gran descubrimiento, únicamente vengo a recordar que, quiéranlo o no, las personas comenten errores en sus decisiones y en sus acciones (aún las bien intencionadas) y lo mismo es cierto para los partidos políticos o los grupos de personas. Y esto sin tener en cuenta el fantasma de la concentración tiránica de las potestades de gobierno ante el que tantos individuos han sucumbido a través de la historia. De forma que en realidad no puede darse solución al problema del buen gobernante, pues no hay garantía de que alguien pueda ser el buen gobernante en los términos pretendidos (i.e. el líder que guíe por el buen camino).
En segundo lugar, quiero señalar dos consecuencias indeseables del problema del buen gobernante. Ambas tienen una correlación muy cercana: la primera es que invita al dogmatismo y al fanatismo, que considero peligrosos, pues una vez que alguien cree haber encontrado al buen gobernante, lo que haga este queda automáticamente inmunizado contra la crítica (ya que no se equivoca, en acuerdo con el supuesto falso ya denunciado líneas atrás). La segunda, como dije está muy relacionada con la anterior. Si uno se dedica a buscar razones para creer que alguien es un buen gobernante, saca de foco precisamente algo de importancia humana clave: los problemas reales que sufren las personas, sus causas y sus posibles soluciones. Concentrados los esfuerzos mentales en el buen gobernante, desaparecen las personas y sus martirios, que para cualquiera que se sienta aquejado por la compasión y la empatía, deberían más bien mantenerse en primer plano.
En suma, estas son las críticas generales que encuentro en tal perspectiva de la política. Valgan algunas aclaraciones. Evidentemente, cada una de las teorías que responden al problema del buen gobernante, parten de una base antropológica diferente a la que he defendido. Lo que digo es que tal base antropológica, en la cual hay personas que ni siquiera cometen errores, es falsa. No obstante, la refutación de cada una de tales teorías es materia de un tratado (como el de Popper), tarea que aquí ni siquiera he intentado aquí. En segundo lugar, debo precisar que no estoy defendiendo que las personas, en la vida política práctica, no tengan en cuenta quién dice qué. Empero, sí creo que no debería ser lo único ni lo principal que captara su atención en el análisis político real; y aún menos en el estudio político académico.  En vez del gran líder, deben interesar las buenas soluciones.

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