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lunes, 7 de julio de 2014

Sobre la aventura intelectual y la felicidad





Alejandro Guevara Arroyo


Entre muchos motivos, el más respetable para dedicarse a la filosofía (en un sentido muy amplio) y al conocimiento, es la satisfacción de un impulso un tanto primigenio: la perplejidad ante los problemas del mundo. No obstante, algo que quizá no es tenido en cuenta lo suficiente, es que la satisfacción de ese impulso puede brindar una no deleznable dosis de alegría y placer.
De vuelta quizá hasta el propio Platón (y a través de él a los órficos), muchos filósofos han despreciado lo terreno. Propendieron consecuentemente a beneficiar los placeres que consideraban celestes, superiores, más acordes con lo que imaginaron como naturaleza humana. Dentro de estos últimos, tuvieron en un especial lugar a las actividades intelectuales.
No es este el caso de lo aquí defendido. La biología ha mostrado que fisiológicamente unas y otras experiencias corresponden con procesos igualmente naturales. Midamos estas diferentes actividades, meramente por su posibilidad de producir felicidad. Vemos también que con justicia unas y otras vivencias son valiosas.
Lo que quiero decir es bastante sencillo. (1) Considero que la felicidad es algo deseable y, sin caer en bucólicas ingenuidades, posible. (2) Además, la actividad intelectual por si misma brinda placer (pues satisface el impulso por entender el mundo). Nada más. Nada muy asombroso, dirán. Aún así, esto es olvidado con bastante frecuencia. Por cierto, en contra de los románticos, creo que la profundidad de pensamiento tiene poco que ver con la desgracia existencial u otros clichés pesimistas.  .
“Si usted observa a los hombres y a las mujeres que, en torno suyo, merecen el nombre de felices, comprobará que todos ellos presentan ciertas características comunes. La más importante de ellas es una actividad que, la mayoría de las veces, proporciona un placer por sí misma y que, además, va creando gradualmente algo cuyo nacimiento y desarrollo resulta agradable de ver. […] Los artistas, escritores y hombres de ciencia consiguen ser felices de esta forma, si están satisfechos de su obra respectiva (Russell, El camino de la felicidad)”.
 “A cultivate mind –I do not mean that of a philosopher, but any mind to which the fountains of knowledge have been opened, and which has been taught, in any tolerable degree, to exercise its faculties- finds source of inexhaustible interest in all that surrounds it; in the objects of nature, the achievements of art, the imaginations of poetry, the incidents of history, the ways mankind past and presents, and their prospects in the future.” (J.S. Mill, Utilitarinism)
Concluyamos. Lo dicho en esta nota programática es tanto el motivo de la creación de este espacio como la justificación de las temáticas tan amplias que abordará. Sus autores convergen en el interés por los problemas intelectuales en general. Y es también la única razón sensata que encuentro para que el lector lea estas líneas y las que le seguirán: satisfacer los inexorables impulsos por aprender, razonar y criticar.

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