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domingo, 21 de septiembre de 2025

Sobre la historia según Borges

 Alejandro Guevara Arroyo

   

En el ensayo notable, ‘La Divina Comedia’, Borges recuerda que Homero (“o los griegos que llamamos Homero”) dice en La Odisea: “los dioses tejen desventuras para los hombres para que las generaciones venideras tengan algo que cantar”.

Sabemos, por supuesto, que la cita Borges la recuerda de memoria. El ensayo se origina de un ciclo de conferencias llamado ‘Siete noches’, que se pronunciaron al promediar 1977. Para esos años, Borges se encontraba completamente ciego (la última de las conferencias se intitula ‘La ceguera’).

La cita homérica se encarna en la visión historiográfica del literato porteño, que el profesor costarricense Juan Diego Moya Bedoya ha considerado francamente legataria de la greco-latina. Es un error preguntarse si los discursos narrados por Heródoto o Hesíodo ocurrieron; pero el error no está en que la respuesta sea obviamente negativa, sino en que la pregunta misma es anacrónica. Lo más plausible es que tuvieran alguna noticia de que cierto tema se abordó en cierto contexto social o cercano a cierto evento famoso, o, incluso, de que resultaría plausible que así fuera. No importa si Pericles dijo a sus compatriotas atenienses “Somos los únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en los asuntos de la comunidad” (μόνοι γρ τόν τε μηδν τνδε μετέχοντα οκ πράγμονα, λλ χρεον νομίζομεν), pues para Tucídides la historia era la oportunidad del símbolo y, quizás, de la belleza.

Sabemos, asimismo, que Borges creyó en la tesis determinista, de raigambre russelliana, según la cual cada hecho y cada acto están engastados en una red causal de antecedentes y efectos vastísima. Algún cuento reitera el fatalismo de que el todo más amplio, el universo, es requerido para que cada particular evento acaezca.

Y está también el poema ‘Las Causas’:

“Los ponientes y las generaciones.

Los días y ninguno fue el primero.

La frescura del agua en la garganta

de Adán. El ordenado Paraíso.

El ojo descifrando la tiniebla.

El amor de los lobos en el alba.

La palabra. El hexámetro. El espejo.

La Torre de Babel y la soberbia.

La luna que miraban los caldeos.

Las arenas innúmeras del Ganges.

Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.

Las manzanas de oro de las islas.

Los pasos del errante laberinto.

El infinito lienzo de Penélope.

El tiempo circular de los estoicos.

La moneda en la boca del que ha muerto.

El peso de la espada en la balanza.

Cada gota de agua en la clepsidra.

Las águilas, los fastos, las legiones.

César en la mañana de Farsalia.

La sombra de las cruces en la tierra.

El ajedrez y el álgebra del persa.

Los rastros de las largas migraciones.

La conquista de reinos por la espada.

La brújula incesante. El mar abierto.

El eco del reloj en la memoria.

El rey ajusticiado por el hacha.

El polvo incalculable que fue ejércitos.

La voz del ruiseñor en Dinamarca.

La escrupulosa línea del calígrafo.

El rostro del suicida en el espejo.

El naipe del tahúr. El oro ávido.

Las formas de la nube en el desierto.

Cada arabesco del calidoscopio.

Cada remordimiento y cada lágrima.

Se precisaron todas esas cosas

para que nuestras manos se encontraran.”

* * *

La historia es un mapa pobrísimo de la realidad que nos antecede: el necesario olvido de líneas causales que le es intrínseca es de tal índole, que aquello que puede rescatar tiende a cero. Pero, ciertamente, su valor es otro.

Luego de citar a Homero, Borges recuerda también a Mallarmé, que dijo “Todo por un libro” y, luego: “La idea es la misma, la idea de que nosotros estamos hechos para el arte, estamos hechos para la memoria, estamos hechos para la poesía o posiblemente estamos hechos para el olvido. Pero algo queda y ese algo es la historia o la poesía, que no son esencialmente distintas”. 

 

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