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martes, 10 de junio de 2014

Ficción: de Federico y dos griegos


Alejandro Guevara Arroyo
  



Ante una poblada multitud, un joven proclamó: “En algún punto perdido del universo, cuyo resplandor se extiende a innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue aquél el instante más mentiroso y arrogante de la historia universal”. Calló, satisfecho y todos aplaudieron.
            No muy lejos de ahí, dos ancianos envueltos en sábanas lo escucharon. Ya enfadado, uno de ellos dijo en voz baja: “Muy exagerado ese joven, con eso de que la creación del conocimiento fue el instante más mentiroso y arrogante. Al fin y al cabo, ya hace dos milenios que aclaré que en <<cuanto a la verdad segura, ningún hombre la ha conocido. Ni la conocerá; ni sobre los dioses, Ni sobre todas las cosas de las que hablo. […] Pues todo es una maraña de conjeturas>>. Nuestro conocimiento no es mucho más. Lo cual tampoco está tan mal, <<pues en el transcurso del tiempo, a través de la búsqueda las personas hallan lo mejor>>.       
       “Y para esta búsqueda <<no sólo ahora sino en todo tiempo, [yo personalmente] estoy dispuesto a obedecer, no a nadie de los nuestros, sino a la razón [...] que se me presente como la mejor>> y de seguro que muchos otros también (aunque no sé si ese del púlpito atenderá a razones)  respondió el viejo que tenía al lado. Agregó: “no veo qué de mentiroso tiene todo esto. En cuanto a lo de la arrogancia, ese de la plaza me lo parece mucho más. Yo por mi parte, puede que sea « más sabio que ese hombre: es verdad que ninguno de los dos sabemos de nada [cierto y seguro]. Pero él supone que sabe algo, y sin embargo no sabe nada. Es cierto que yo tampoco sé nada; pero no pretendo saber nada».
            Los ancianos se alejan de la plaza que sigue abarrotada de gente en torno al disertante.

[1]


[1] Los textos los he extractado de forma totalmente libre de: Jenófanes, DK, B 18 y 34; Sócrates, Critón y Apología (ambos citados por Popper con frecuencia) y Nietzsche, tal y como lo cita Foucault en La verdad y las formas jurídicas, conferencia primera). Sobra decir que he interpretado los textos tal y como mejor me ha convenido. Consecuentemente, no sé si estas son citas histórico-exegéticamente adecuadas sobre las filosofías de dichos pensadores. Tampoco creo que importe demasiado, pues sólo quería representar una ficción.



 

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